Eso es algo que nosotros los venezolanos hemos olvidado cómo se hace, cómo vivirlas y cómo disfrutar sus bondades, principalmente el tener una democracia verdadera, que es el resultado de lanzarse en un proceso electoral que tenga un máximo de seguridad y un mínimo de errores y trampas, porque sus efectos siempre serán una declaración de lo que la mayoría piensa, cree, siente y espera, no importa quién gane, pues siempre habrá un ganador, un candidato favorito, un contrincante de valor, un comunicador excepcional, capaz de convencer a toda una nación de que su visión es la necesaria.
Elegir un gobierno es una tarea complicada, las
propuestas son diversas, los hombres y mujeres para llevarlas a cabo distintos,
con estilos son propios de cada quien, de los diversos partidos que participan,
de las diferentes ideologías de las que parten… en una democracia debería
existir la ocasión para que todas propongan candidatos y programas, con las
mismas oportunidades y, en lo posible, con igualdad de recursos.
La democracia debe su nombre y razón de ser, justamente,
a esa participación igualitaria de todos los ciudadanos, esa oportunidad de expresar
su voluntad y escoger quiénes detentarán el poder para gobernar, es el contrato
social por excelencia: Nosotros, el pueblo, reunidos en este acto
constitucional, te contratamos por un tiempo determinado para que nos gobiernes,
para que nos representes, para que administres el estado, para defendernos y
cuidarnos en tu mejor capacidad, para que nuestras vidas puedan ser llevadas en
libertad y en orden, de acuerdo a las leyes que todos conocemos, brindándonos a
todos la oportunidad de vivir nuestras vidas como escojamos, de llevar a cabo
cualquier negocio y actividad permitida y legal, que no perjudique a los demás,
y contando con seguridad que, en caso de conflictos, éstos serán dirimidos con
justicia y equidad.
Es un contrato que tiene fecha de inicio y término,
porque todos sabemos cuándo empieza y cuándo termina, y prevé que, en caso de
incapacidad, mala voluntad o desconocimiento de nuestro acuerdo, podamos, en un
justo proceso, removerte del cargo y convocar una nueva elección; todo esto
será posible sólo si contamos con una elecciones limpias y transparentes, con
resultados oportunos y verificables, es decir, cuyo proceso, contabilización
y proclamación sean todos de dominio
público y sujetos a revisión por cualquier parte interesada y dentro de unos
períodos claramente establecidos; nosotros elegimos representantes que están en
la obligación de servirnos, a nosotros sus electores, no al estado, no a sus
partidos, no a su ideología; la obligación del gobernante es para con nosotros,
que los llevamos al cargo.
De allí que el órgano electoral tendrá una función clave
en el destino de las elecciones y, por lo tanto, de la democracia; este órgano tendría
la capacidad y la jurisdicción para corregir, investigar, castigar, solucionar
cualquier error o violación que atente contra los resultados de los comicios.
En términos muy generales, éste sería el diseño que
fundamenta los gobiernos democráticos y le daría legitimación a sus mandados,
pues mana de la voluntad popular, de una mayoría, que encarna la soberanía
nacional, la instancia superior en una sociedad organizada como un estado
nacional. Unas elecciones fraudulentas son el semillero de conflictos y la
desconfianza en las instituciones y se convertirían en el inicio de un círculo
vicioso entre los miembros de un falso gobierno, pues se saben perdedores y en
minoría, lo que los lleva a perpetuar el fraude, ocultar la verdad, desplegar
acciones intimidatorias entre sus opositores y patrocinar y dar tratamiento
especial a quienes los apoyaron, además de tratar de aumentar su base
clientelar con ofrecimientos que pasan a ser vulgares chantajes.
Cuando una elección se le arrebata a su legítimo ganador,
toda la concepción del estado, la institucionalidad que sostiene a un gobierno,
se viene abajo; así, cobrar impuestos se convierte en robo y defender a la
patria en un engaño, pues no hay patria, y los soldados que presten juramento
ante autoridades falsas y arriesguen sus vidas por un sistema basado en el
engaño son simplemente mercenarios, o aceptar ser tomados por tontos .
Pero lo peor de todo este desagradable asunto del fraude
electoral es que, si las personas conocen del mismo, si están al tanto de que
la trampa fue perpetrada y sus resultados mantenidos a punta de pistola, no hay
nada que justifique ir a nuevas elecciones, y menos si éstas están preparadas
por los mismos criminales.
Veamos lo que dice María Corina Machado, que estuvo a la
cabeza de la organización Súmate,
monitoreando y analizando muy de cerca el sistema electoral implantado por el
chavismo: “Desde el 2004 y hasta el 2017,
Smartmatic hizo 14 elecciones en
Venezuela, ¿mantuvieron el mismo sistema y procedimientos del 2004, o fueron
sofisticando sus mecanismos?
Efectivamente, si algo aprende estos sistemas criminales es a no cometer
el mismo error dos veces. Con cada proceso van haciendo más sofisticada su
trampa y más difícil de detectar. Al poco tiempo, nosotros nos dimos cuenta de
que no había una sola razón que explicara todo el fraude, sino que era una
sumatoria de eventos y mecanismos que van agregando alteraciones a la voluntad
de los electores, capa sobre capa. Cada una aporta un componente del fraude, y
en conjunto, el resultado es devastador”.
La oposición política venezolana ha sido muy complaciente
y hasta colaboracionista con este fraude electoral continuado que ha acabado
con el país, no lo ha denunciado con la suficiente fuerza, se ha plegado a
actuar dentro del mismo, se ha conformado con el bagazo de algunos estados y
municipios para “no perder sus espacios”, ha participado una y otra vez, como
actores en este acto criminal, convirtiéndose con ello en colaboradores
inmediatos, por lo que deberían ser duramente castigados, pues quienes juegan
con los enemigos de la democracia se convierten ellos mismos en enemigos de la
democracia.
Y la experiencia lo ha demostrado, ganan alcaldías y
gobernaciones, ganan puestos en el parlamento, y el gobierno fascista lo que
hace es quitarles atribuciones, hostigarlos y aterrorizarlos, cuando no
comprarlos, nombrarles funcionarios paralelos que les roban los recursos y los
sustituyen en sus atribuciones, los persiguen, les quitan las inmunidades que
por ley les corresponden, los encarcelan, los torturan y los asesinan… y aún,
con todo eso, se atreven a salir en público a hacer campaña, a pedir la
confianza de los electores, a prometer lo que no pueden cumplir y a fortalecer
el poder de las mafias que son sus dueños.
Cuando todo el sistema electoral está intervenido, cuando
todas las instancias están controladas por un ente electoral en manos del
dictador y su claque, no hay manera de confiar en la fuerza de una mayoría, en
estimados estadísticos, en la posibilidad de poder vencer la trampa a fuerza de
participación; quienes persisten en el voto trampeado, a pesar de todos las
evidencias, y promueven el voto en estas condiciones de “perder-perder”,
anteponiendo una fe ciega, una moral electorera de circo, un deber con la
democracia que ya no existe, están jugando para el lado equivocado; si
insisten, luego de más de veinte años en este trance, ya no quedan dudas de que
han sido comprados o son unos perfectos idiotas.
Lo peor del caso venezolano es que fuimos parte de un
experimento que está siendo propagado por el mundo entero; el socialismo
internacional está dinamitando los sistemas electorales de los países, para que
aquellos estados que no han podido conquistar pierdan la fe en sus sistemas de
elección y se les haga imposible ejercer la democracia.
Desde el mismo principio de la justa electoral en
Venezuela, el partido demócrata de los Estados Unidos designaba al Centro
Carter como uno de los veedores de estos sistemas, y confirmar que estos
funcionarios, incluyendo al mismo expresidente Carter, se hayan prestado para
avalar la instauración del fraude electoral en nuestro país, convierte estos
hechos en un lamentable precedente al fraude, que hoy tiene que afrontar el
pueblo norteamericano, cuando los mismos partidarios del partido Demócrata
intentan arrebatarle la victoria electoral al presidente Trump con el apoyo de
un sistema trucado originalmente en mi país.
Eso tiene varias implicaciones muy graves, entre ellas que,
efectivamente, existe un “estado profundo”, una organización criminal sembrada
en el seno de las principales instituciones de seguridad de los EEUU, que puede
ser activada para desbaratar la paz social y la confianza institucional en ese
gran país; otra es que, indudablemente, los dueños de los principales medios de
comunicación, incluyendo su presencia en las redes sociales, industria del
entretenimiento y servicios de información digitales, están al tanto y son parte
de este fraude.
Hay una tendencia generalizada, y muy preocupante, que
trata de imponerse en la opinión pública y es la de favorecer el fraude de los
socialistas norteamericanos, para no provocar traumas sociales y violencia,
buscando preservar la conveniencia de dejar todo como está, aceptando la trampa
del partido demócrata, para que el pueblo mantenga la confianza en sus
instituciones, sobre todo en las elecciones libres, conteniendo los
acontecimientos para no levantar olas y que se dé una transición en paz… y, por
supuesto, que el candidato Biden sea el próximo presidente, a pesar del engaño.
Ningún ciudadano de los EEUU, incluso con simpatías hacia
el partido demócrata, si en verdad es un hombre o mujer libre, que cree en el
valor del individuo, en el esfuerzo propio, en la palabra empeñada y en honrar
sus compromisos, puede o debe aceptar que se le conculquen sus derechos, que lo
involucren en un proceso eleccionario lleno de trampas, no puede su disgusto en
contra de un hombre, no debería privar en su decisión algo meramente personal
en contra de un candidato y sacrificar el futuro de su nación y de las
generaciones por venir.
En Venezuela sucedió algo similar, los candidatos de la
oposición se doblaron ante el chantaje, no quisieron dar la pelea cuando les correspondía
y reclamar para sí sus triunfos en buena lid, y el resultado fue la toma del
poder absoluto por el socialismo, y la imposición de una tiranía estafadora;
una vez adentro, los comunistas no se irán sino por la fuerza.
Tanto Venezuela como los EEUU se encuentran atrapados en
un dilema de valores y principios; si de verdad se es demócrata y se cree en la
libertad, jamás se les concedería la trampa y el engaño a los enemigos de las
sociedades abiertas. Afortunadamente, el destino de los EEUU se encuentra en
manos de un demócrata irresoluto y tenaz, el Sr. Trump, jamás permitirá que los
EEUU pierdan su supremacía moral por que unos pocos hombres y mujeres sin
escrúpulos se les ha ocurrido trampear el sistema electoral, el sistema
judicial norteamericano está en la obligación de restituir el orden dañado y
castigar a los culpables, sean quienes fueran.
En el caso venezolano, que es todavía más grave, nadie
que sea verdaderamente un demócrata y un libertario se haría partícipe de unas
elecciones “arregladas” de principio a fin, con resultados ya en la mano antes
del proceso de votación y con todos los candidatos embozalados y con sus
correas y collares manejados desde el poder. Nadie debería salir a votar en unas
elecciones trágicamente signadas por el fraude, simplemente, porque ésas no son
elecciones. - saulgodoy@gmail.com
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