miércoles, 11 de noviembre de 2020

Una palabra difícil

 


El parlamento actual se ha convertido a lo más en una Cámara representativa, pero «representativa» en el sentido de representar al Poder y la mayoría del Gobierno de turno, no al pueblo. Y «representativa» también en cuanto a que el parlamento ha quedado reducido al lugar donde los partidos representan unos debates ante la opinión pública, lo que no pasa de ser una pantomima; debates cuyo resultado está decidido de antemano y donde, al margen del gran público, los políticos han realizado ya sus negociaciones oportunas en función de sus intereses de

Partido. Negociaciones, por otro lado, que bien han podido realizarse, como de hecho suele suceder, en cualquier sitio distinto a la sede parlamentaria.

 

Representación y poder (2017), Elio A. Gallego García.

 

Recientemente caí en cuenta de lo complicado que es entender y manejar la palabra representación. Empecé por un libro que abrió de repente las pesadas cortinas de mi ignorancia y permitió que la luz iluminara mi pocillo filológico, publicado por la profesora Hanna Finechel Pitkin, una primera versión de su invalorable tratado, titulado El Concepto de la Representación (1967); a pesar del tiempo que ha pasado, su obra permanece como un clásico de las ciencias políticas, en su introducción justifica esa valoración con las siguientes palabras:

 

…para el científico social, las palabras no son “meras”; son los instrumentos de su oficio y una parte vital del asunto que estudia. Puesto que los seres humanos no son sólo animales políticos, sino también animales que utilizan el lenguaje, su conducta está conformada por las ideas que tengan. Lo que hacen y como lo hacen depende de los conceptos a través de los que es visto. Saber qué significa “representación” y saber cómo se representa son cosas que guardan una estrecha relación. Pero, además, el teórico social ve el mundo a través de una red de conceptos. Nuestras palabras definen y delimitan nuestro mundo significativamente, y esto es particularmente cierto cuando se trata del mundo de las cosas sociales y humanas.

 

Se trata de una de esas palabras multívocas que, si no se define bien el campo que abarcan, pueden meternos fácilmente en problemas y hacer nuestro discurso algo muy, pero muy oscuro.

La palabra tiene un uso para explicar la representación política, otro diferente para explicar los fenómenos del arte figurativo, significa otra cosa cuando se usa en la actuación y un actor encarna un papel, también es distinto el concepto cuando alguien nos pide escoger ejemplos representativos sobre algún tema, y mucho más complicado cuando se aplica a las personas sujetas a leyes contractuales… lo más difícil de todo este embrollo, es que la palabra conserva todos estos significados en conexiones sutiles, sin importar su referencia.

El estudio que hizo Pitkin es fundamental para empezar a comprender la representación como esa ficción de la persona que no está, pero está allí por la magia de la representación; se trata de una construcción artificial muy útil, pero que mal utilizada puede resultar en un desastre.

Hoy vamos a concentrarnos en la parte política, que de por sí es el tipo de representación más difícil de todas; de hecho, es el corazón de toda democracia, en especial de los eventos electorales y, como bien apunta Pitkin, tiene una historia en la cual ha mutado su significación; la representación era una cosa en la Grecia antigua, otra durante el Imperio Romano y nada digamos de lo que significa hoy, que varía de manera drástica en países como los EEUU, o en España, o en la Venezuela revolucionaria, o en una teocracia como Irán.

El abogado y político español Antonio García-Trevijano publicó en 1996 su polémica obra Frente a la Gran Mentira, en la que desnuda aquellos sistemas democráticos que pierden el real sentido de la representación y, como caen en el engaño y la manipulación de los ciudadanos, llegan hasta el punto de despojarlos de todo derecho de elegir a sus gobiernos.

Según el abogado español, la introducción de los partidos políticos en la ecuación de la democracia cambió la naturaleza del juego, y esto se debió principalmente a los socialistas alemanes, quienes, luego de la Segunda Guerra Mundial, introdujeron los partidos políticos como la fórmula para que pudiera votar la mayoría de los ciudadanos, pero el sistema dejaba de ser representativo, los electores ya no elegirían, el jurista alemán Gerhard Leibholz lo explica de esta manera:

 

El moderno Estado de partidos no es más que una manifestación racionalizada de la democracia plebiscitaria o, si se quiere, un sustituto de la democracia directa… La oposición entre la democracia liberal-representativa y el moderno Estado democrático de partidos nos autoriza hoy a poner objeciones de principio a la simplificada descripción de Rousseau en el Contrato social, que no pudo tener en cuenta el fenómeno del Estado de partidos como manifestación de la democracia plebiscitaria.

 

Cuando los partidos nos imponen sus candidatos, éstos no fueron electos por consenso del pueblo, menos todavía las listas que nos preparan con candidatos a ocupar curules en el parlamento, todos ellos fueron escogidos a “dedo” por la autoridad del partido, por el jefe de la tolda, que se arroga el derecho de elegir a sus representantes en los cargos electivos y utiliza la excusa, la ficción de la representación; su elección es la voluntad general, esos candidatos, si fallan, si dejan de cumplir con sus deberes hacia el electorado, no importa, no tienen ninguna sanción ni pueden ser removidos de sus cargos, porque son fichas del jefe del partido y sólo a él responden.

Eso no es democracia.

En su más estricto sentido, el contenido representativo de aquellos que son elegidos por el voto popular directo, que distingue a una democracia, sufrió una mutación que lo hace inservible para la gente, ahora los jefes de los partidos nos sustituyeron y se llenan la boca diciendo que eso es democracia, hubo un cambalache, una estafa, que tratan de tapar porque se encuentra en la Constitución y en las leyes del sufragio, pero en realidad son ellos, las autoridades del partido, quienes son representados por sus candidatos, no los ciudadanos.

Y es por ello que en este momento muy poca gente sabe quiénes son esas personas que levantan la mano en la Asamblea Nacional, supuestamente en nuestro nombre, representándonos; de esa componenda salió Juan Guaidó, quien ahora dice ser nuestro presidente interino ¿Quién votó por él? ¿A quién representa?, todos lo sabemos, al G-4, a su partido Voluntad Popular, a su jefe político Leopoldo López, y probablemente a muchos otros políticos que están en las sombras, pero no a nosotros, los ciudadanos.

Los partidos políticos son asociaciones de intereses, que tienen sus miembros, sus reglamentos, sus objetivos y disciplina; sus adeptos trabajan para conseguir votos, mientras más mejor, tratan de vendernos la idea de que lo que hacen lo hacen por nosotros, por conseguirnos mejores condiciones de vida, pero en realidad son organizaciones que les han otorgado el permiso para competir en exclusividad por el poder político, bajo la falsa pretensión de que nos representan… a lo sumo representarán a sus miembros y, de seguro al jefe del partido.

Y mientras vivamos en esa mentira, mientras sigamos llamando democracia a esa charada, mientras sigamos creyendo que esos políticos están haciendo gestiones por nosotros, somos víctimas de una conspiración… no sólo víctimas, sino también cómplices.

Nos dice García-Trevijano:

 

Cuando se votan candidaturas de listas de partido (cerradas o abiertas, da lo mismo), en lugar de candidaturas uninominales de diputados de distrito, el mal comportamiento de los partidos preferidos del electorado no se puede corregir votando a otro partido. Los partidos saben que hagan el mal que hagan siempre tienen garantizada una cuota casi fija de los votos populares… El principio representativo es uno de los presupuestos esenciales de la democracia, aunque no sea su nota característica. Y donde no hay representación política de los electores de distrito por su diputado personal, no puede haber control político del poder. El sistema proporcional, además de no ser representativo, dificulta hasta extremos antes insospechados el conocimiento por el elector de cuáles son sus intereses reales y qué partido los va a defender mejor. En el Estado de partidos, el elector sólo puede percibir sus intereses subjetivos, los que le inculca el partido con el que se identifica por razones sentimentales. Pero queda ignorante de sus intereses objetivos, no sólo los de clase o categoría social, sino los que tiene ante todo como ser humano.

 

No importa que nos digan que el sistema de partidos es el que le permite a la actual democracia funcionar, lo terrible radica en llamar democracia a algo que no lo es, y menos en el caso venezolano, que debido a la aproximación marxista-leninista que tienen los revolucionarios del siglo XXI, con la idea del partido único y de la hegemonía del pensamiento que, gracias a la tradición socialista de organizaciones piramidales y autoritarias, han afianzado esa estructura electoral que nada tiene que ver con la democracia.

Es urgente un proceso de democratización de los partidos políticos, de hacer difícil que “los cogollos” se perpetúen en las directivas de estas organizaciones, lograr que los candidatos salgan y den la cara por sus comunidades, no que nos nombren personas que ni siquiera pertenecen a las regiones y terminen postulados, que se descarte el voto por listas… yo no debería ser la persona que reclame esta situación, esto tiene que venir de los mismos partidos, pero entendemos que los que existen están tan comprometidos con este sistema que prefieren que todo continúe como está, que nada cambie.

Por eso es tan fácil que un grupito se abrogue la representación de todo el país, que hable y actúe por nosotros y a nuestras espaldas, que se crean los dueños de Venezuela y negocien con factores extranjeros en nuestro nombre, porque somos ignorantes, porque a muchos no les interesa lo que hagan con nuestra voluntad política, porque no hemos comprendido que tenemos que ordenar primero la casa antes de intentarlo con el barrio.

Háganse la pregunta, Nicolás Maduro ¿A quién representa?, a lo sumo (y lo dudo) será a los miembros del PSUV y a los clientes del partido, quizás al gobierno de Raúl Castro en Cuba, ¿Qué podemos hacer los venezolanos para que deje de hacerle daño al país? No podemos hacerlo renunciar, tampoco tenemos los medios para que responda efectivamente por sus crímenes, y si no podemos controlarlo entonces no nos está representando, porque la representación tiene controles, se rinde cuentas, tiene una caducidad… su agenda debería ser el bienestar del país, no el de su familia y asociados.

Maduro no nos representa porque no tenemos democracia; todo lo que haga y diga está completamente fuera de la democracia, porque no consulta, no obedece, no respeta, no se responsabiliza de sus acciones, no informa… pero, como no hay separación de poderes, como el sistema de partidos políticos que funciona a su alrededor sólo obedece sus designios (o de aquellos que lo manejan), las instituciones del estado, que deberían ser independientes, le son sumisas, y para una gran mayoría de esas organizaciones políticas, convenientemente acostumbradas a esa falsa democracia, callan, no dicen ni hacen nada para destapar ese enorme desaguisado.

Donde no hay representación, no hay control público del poder. No podemos seguir aparentando que tenemos un gobierno y unos partidos que nos representan; es urgente que empecemos a decir las cosas como son, así comenzamos a corregir, a rectificar.   -    saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario