El parlamento actual se ha convertido a lo más en una Cámara representativa, pero «representativa» en el sentido de representar al Poder y la mayoría del Gobierno de turno, no al pueblo. Y «representativa» también en cuanto a que el parlamento ha quedado reducido al lugar donde los partidos representan unos debates ante la opinión pública, lo que no pasa de ser una pantomima; debates cuyo resultado está decidido de antemano y donde, al margen del gran público, los políticos han realizado ya sus negociaciones oportunas en función de sus intereses de
Partido.
Negociaciones, por otro lado, que bien han podido realizarse, como de hecho
suele suceder, en cualquier sitio distinto a la sede parlamentaria.
Representación y
poder (2017), Elio A. Gallego García.
Recientemente caí en cuenta de lo complicado que es
entender y manejar la palabra representación. Empecé por un libro que abrió de
repente las pesadas cortinas de mi ignorancia y permitió que la luz iluminara mi
pocillo filológico, publicado por la profesora Hanna Finechel Pitkin, una
primera versión de su invalorable tratado, titulado El Concepto de la Representación (1967); a pesar del tiempo que ha
pasado, su obra permanece como un clásico de las ciencias políticas, en su
introducción justifica esa valoración con las siguientes palabras:
…para
el científico social, las palabras no son “meras”; son los instrumentos de su
oficio y una parte vital del asunto que estudia. Puesto que los seres humanos
no son sólo animales políticos, sino también animales que utilizan el lenguaje,
su conducta está conformada por las ideas que tengan. Lo que hacen y como lo
hacen depende de los conceptos a través de los que es visto. Saber qué
significa “representación” y saber cómo se representa son cosas que guardan una
estrecha relación. Pero, además, el teórico social ve el mundo a través de una
red de conceptos. Nuestras palabras definen y delimitan nuestro mundo
significativamente, y esto es particularmente cierto cuando se trata del mundo
de las cosas sociales y humanas.
Se trata de una de esas
palabras multívocas que, si no se define bien el campo que abarcan, pueden
meternos fácilmente en problemas y hacer nuestro discurso algo muy, pero muy
oscuro.
La palabra tiene un uso para
explicar la representación política, otro diferente para explicar los fenómenos
del arte figurativo, significa otra cosa cuando se usa en la actuación y un
actor encarna un papel, también es distinto el concepto cuando alguien nos pide
escoger ejemplos representativos sobre algún tema, y mucho más complicado
cuando se aplica a las personas sujetas a leyes contractuales… lo más difícil
de todo este embrollo, es que la palabra conserva todos estos significados en
conexiones sutiles, sin importar su referencia.
El estudio que hizo Pitkin
es fundamental para empezar a comprender la representación como esa ficción de
la persona que no está, pero está allí por la magia de la representación; se
trata de una construcción artificial muy útil, pero que mal utilizada puede
resultar en un desastre.
Hoy vamos a concentrarnos en
la parte política, que de por sí es el tipo de representación más difícil de
todas; de hecho, es el corazón de toda democracia, en especial de los eventos
electorales y, como bien apunta Pitkin, tiene una historia en la cual ha mutado
su significación; la representación era una cosa en la Grecia antigua, otra
durante el Imperio Romano y nada digamos de lo que significa hoy, que varía de
manera drástica en países como los EEUU, o en España, o en la Venezuela
revolucionaria, o en una teocracia como Irán.
El abogado y político
español Antonio García-Trevijano publicó en 1996 su polémica obra Frente a la Gran Mentira, en la que
desnuda aquellos sistemas democráticos que pierden el real sentido de la
representación y, como caen en el engaño y la manipulación de los ciudadanos, llegan
hasta el punto de despojarlos de todo derecho de elegir a sus gobiernos.
Según el abogado español, la
introducción de los partidos políticos en la ecuación de la democracia cambió
la naturaleza del juego, y esto se debió principalmente a los socialistas alemanes,
quienes, luego de la Segunda Guerra Mundial, introdujeron los partidos
políticos como la fórmula para que pudiera votar la mayoría de los ciudadanos,
pero el sistema dejaba de ser representativo, los electores ya no elegirían, el
jurista alemán Gerhard Leibholz lo explica de esta manera:
El
moderno Estado de partidos no es más que una manifestación racionalizada de la
democracia plebiscitaria o, si se quiere, un sustituto de la democracia
directa… La oposición entre la democracia liberal-representativa y el moderno
Estado democrático de partidos nos autoriza hoy a poner objeciones de principio
a la simplificada descripción de Rousseau en el Contrato social, que no pudo
tener en cuenta el fenómeno del Estado de partidos como manifestación de la
democracia plebiscitaria.
Cuando los partidos nos
imponen sus candidatos, éstos no fueron electos por consenso del pueblo, menos
todavía las listas que nos preparan con candidatos a ocupar curules en el
parlamento, todos ellos fueron escogidos a “dedo” por la autoridad del partido,
por el jefe de la tolda, que se arroga el derecho de elegir a sus representantes
en los cargos electivos y utiliza la excusa, la ficción de la representación;
su elección es la voluntad general, esos candidatos, si fallan, si dejan de
cumplir con sus deberes hacia el electorado, no importa, no tienen ninguna
sanción ni pueden ser removidos de sus cargos, porque son fichas del jefe del
partido y sólo a él responden.
Eso no es democracia.
En su más estricto sentido,
el contenido representativo de aquellos que son elegidos por el voto popular
directo, que distingue a una democracia, sufrió una mutación que lo hace
inservible para la gente, ahora los jefes de los partidos nos sustituyeron y se
llenan la boca diciendo que eso es democracia, hubo un cambalache, una estafa,
que tratan de tapar porque se encuentra en la Constitución y en las leyes del
sufragio, pero en realidad son ellos, las autoridades del partido, quienes son
representados por sus candidatos, no los ciudadanos.
Y es por ello que en este
momento muy poca gente sabe quiénes son esas personas que levantan la mano en
la Asamblea Nacional, supuestamente en nuestro nombre, representándonos; de esa
componenda salió Juan Guaidó, quien ahora dice ser nuestro presidente interino
¿Quién votó por él? ¿A quién representa?, todos lo sabemos, al G-4, a su
partido Voluntad Popular, a su jefe político Leopoldo López, y probablemente a
muchos otros políticos que están en las sombras, pero no a nosotros, los
ciudadanos.
Los partidos políticos son
asociaciones de intereses, que tienen sus miembros, sus reglamentos, sus
objetivos y disciplina; sus adeptos trabajan para conseguir votos, mientras más
mejor, tratan de vendernos la idea de que lo que hacen lo hacen por nosotros,
por conseguirnos mejores condiciones de vida, pero en realidad son
organizaciones que les han otorgado el permiso para competir en exclusividad
por el poder político, bajo la falsa pretensión de que nos representan… a lo sumo
representarán a sus miembros y, de seguro al jefe del partido.
Y mientras vivamos en esa
mentira, mientras sigamos llamando democracia a esa charada, mientras sigamos
creyendo que esos políticos están haciendo gestiones por nosotros, somos
víctimas de una conspiración… no sólo víctimas, sino también cómplices.
Nos dice García-Trevijano:
Cuando
se votan candidaturas de listas de partido (cerradas o abiertas, da lo mismo),
en lugar de candidaturas uninominales de diputados de distrito, el mal
comportamiento de los partidos preferidos del electorado no se puede corregir
votando a otro partido. Los partidos saben que hagan el mal que hagan siempre
tienen garantizada una cuota casi fija de los votos populares… El principio
representativo es uno de los presupuestos esenciales de la democracia, aunque
no sea su nota característica. Y donde no hay representación política de los
electores de distrito por su diputado personal, no puede haber control político
del poder. El sistema proporcional, además de no ser representativo, dificulta
hasta extremos antes insospechados el conocimiento por el elector de cuáles son
sus intereses reales y qué partido los va a defender mejor. En el Estado de
partidos, el elector sólo puede percibir sus intereses subjetivos, los que le
inculca el partido con el que se identifica por razones sentimentales. Pero
queda ignorante de sus intereses objetivos, no sólo los de clase o categoría
social, sino los que tiene ante todo como ser humano.
No importa que nos digan que
el sistema de partidos es el que le permite a la actual democracia funcionar,
lo terrible radica en llamar democracia a algo que no lo es, y menos en el caso
venezolano, que debido a la aproximación marxista-leninista que tienen los
revolucionarios del siglo XXI, con la idea del partido único y de la hegemonía
del pensamiento que, gracias a la tradición socialista de organizaciones
piramidales y autoritarias, han afianzado esa estructura electoral que nada
tiene que ver con la democracia.
Es urgente un proceso de
democratización de los partidos políticos, de hacer difícil que “los cogollos”
se perpetúen en las directivas de estas organizaciones, lograr que los
candidatos salgan y den la cara por sus comunidades, no que nos nombren
personas que ni siquiera pertenecen a las regiones y terminen postulados, que
se descarte el voto por listas… yo no debería ser la persona que reclame esta
situación, esto tiene que venir de los mismos partidos, pero entendemos que los
que existen están tan comprometidos con este sistema que prefieren que todo
continúe como está, que nada cambie.
Por eso es tan fácil que un
grupito se abrogue la representación de todo el país, que hable y actúe por
nosotros y a nuestras espaldas, que se crean los dueños de Venezuela y negocien
con factores extranjeros en nuestro nombre, porque somos ignorantes, porque a
muchos no les interesa lo que hagan con nuestra voluntad política, porque no
hemos comprendido que tenemos que ordenar primero la casa antes de intentarlo
con el barrio.
Háganse la pregunta, Nicolás
Maduro ¿A quién representa?, a lo sumo (y lo dudo) será a los miembros del PSUV
y a los clientes del partido, quizás al gobierno de Raúl Castro en Cuba, ¿Qué
podemos hacer los venezolanos para que deje de hacerle daño al país? No podemos
hacerlo renunciar, tampoco tenemos los medios para que responda efectivamente por
sus crímenes, y si no podemos controlarlo entonces no nos está representando,
porque la representación tiene controles, se rinde cuentas, tiene una
caducidad… su agenda debería ser el bienestar del país, no el de su familia y
asociados.
Maduro no nos representa
porque no tenemos democracia; todo lo que haga y diga está completamente fuera
de la democracia, porque no consulta, no obedece, no respeta, no se
responsabiliza de sus acciones, no informa… pero, como no hay separación de
poderes, como el sistema de partidos políticos que funciona a su alrededor sólo
obedece sus designios (o de aquellos que lo manejan), las instituciones del
estado, que deberían ser independientes, le son sumisas, y para una gran
mayoría de esas organizaciones políticas, convenientemente acostumbradas a esa
falsa democracia, callan, no dicen ni hacen nada para destapar ese enorme
desaguisado.
Donde no hay representación,
no hay control público del poder. No podemos seguir aparentando que tenemos un
gobierno y unos partidos que nos representan; es urgente que empecemos a decir
las cosas como son, así comenzamos a corregir, a rectificar. -
saulgodoy@gmail.com
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