jueves, 7 de enero de 2021

La caída en la trampa

 



Me parece sumamente simplista, interesada y peligrosa, la opinión que se está generando sobre lo acaecido en el Capitolio en Washington el día de ayer, atribuirle la culpa de los desórdenes a Trump y sus seguidores, hablar con ligereza de un golpe de estado, hacer creer a la gente que Biden pudiera generar un cambio de ruta que volviera a poner las piezas en su lugar, y que los EEUU continuaría su proceso político como si nada hubiera pasado, es, por decir lo menos, irresponsable; pero nada se puede hacer mientras los medios de comunicación, en manos de la izquierda extremista más comprometida con la toma del poder por los marxistas, no cese en mal poner los acontecimientos, para enredar una difícil realidad.

El problema político en los EEUU tiene años cocinándose a fuego lento, tengo la impresión que son décadas de preparaciones y conspiraciones tejiéndose detrás del telón de unas elecciones democráticas, con transiciones pacíficas y civilizadas, con el respeto hacia la institucionalidad y el estado de derecho, la izquierda venía en ascenso en el control del aparato del estado, una manera de proceder que tiene sus orígenes en la forma leninista de entender la política, asegurar las posiciones ganadas, no ceder los espacios políticos conquistados.

La derecha estaba ocupada en la globalización y la economía, en destrabar los puntos de conflictos que surgían en este cambio de paradigma, y en sortear los ataques que se ganaban al convertirse en policías del mundo, los republicanos poco se fijaban en lo que sucedía a lo interno, un ejército de reformistas y organizadores sociales se apostaban en los barrios más pobres de las urbes más ricas de Norteamérica, para hacer un trabajo de hormigas, y captar a unos votantes ignorados y dispersos, con el tema de la justicia social estaban conquistando mentes y corazones, allanando un camino electoral entre las minorías.

Los demócratas habían aprendido la rutina durante las luchas por los derechos civiles en los años sesenta, y durante las administraciones de Carter, Clinton y Obama habían sido exitosos en sembrar la insatisfacción por las condiciones de vida de los menos favorecidos, elevaron el espíritu de reformas y las expectativas de la gente en obtener del estado las respuestas a sus necesidades, y se encargaron de hacer del socialismo una ideología respetable, con ribetes académicos y un fuerte contenido humanista, de modo que al cabo de un tiempo los valores de la igualdad, la fraternidad y la revolución (cambios sociales urgentes) eran materia cotidiana en escuelas y universidades, sindicatos y gremios, fundaciones y ONG´s,

Mientras los republicanos trataban de ganar para las empresas y comercio la guerra de las tarifas, de las rutas comerciales, de prevalecer en los mercados y las finanzas internacionales, estaban los demócratas sembrando resentimiento social, organizando a las minorías en células políticas con sus propias agendas, moviéndolos políticamente para que tuvieran un impacto sobre los funcionarios sujetos elección de sus cargos.

Mientras el comunismo internacional cambiaba de piel y se ajustaba a los nuevos tiempos, comprendieron que la globalización podía utilizarse como herramienta para el desarrollo de sus economías, tanto Rusia como China se zambulleron con gusto en las tesis del capitalismo de estado, y como sujetos en el movimiento globalizante se posicionaron como mercados interesantes para los objetivos de empresas de alto consumo, de modo que fueron beneficiados en el intercambio, sobre todo en las tecnologías de punta.

Pero el comunismo internacional jamás descuidó su creciente popularidad y aceptación en occidente de sus ideas, y mientras los EEUU recibían ataques terroristas y amenazas por parte de extremistas islámicos y gobiernos totalitaristas, subterráneamente y a veces de manera abierta mantenía estrechos vínculos con el socialismo europeo y el norteamericano no en vano la idea de una clase proletaria mundial se mantenía, y esa clase que era mayoría, debía ser gobierno.

Pero sucedió una anomalía en el flujo político mundial, apareció un empresario exitoso, blanco, de derecha, mediático y con personalidad propia, que logró hacerse con la presidencia de los EEUU, evento que puso en alerta al comunismo internacional, entre otras cosas porque descubrió que aquel asunto de la globalización iba mal encaminado, descubrió que los EEUU estaba financiando el desarrollo de muchos países que no eran precisamente sus aliados.

Esa figura era Donald Trump y casi que desde el comienzo de su campaña contó con la repulsa y el odio de muchos medios de comunicación masivos y de empresarios de empresas tecnológicas y del entretenimiento, que lo tenían como enemigo a destruir, pues les había arruinado sus planes de contar con un gobierno socialista que estaba a punto de convertir a los EEUU en la gallina de los huevos rojos, en los promotores de un Nuevo Orden Mundial.

Fue así como luego de cuatro duros años, el presidente Trump se convirtió en el blanco perfecto para los ataques de los comunistas, pero como el hombre no se dejaba poner la pata en el cuello ni que otro gritara más duro que él, lo que les quedaba era, acabarlo personalmente, destruyéndolo  como figura pública y estableciendo una sistemática campaña de odio en contra de la oficina del presidente.

Fue así como el deep state surgió de los sótanos del poder político donde se había gestado y empezó su trabajo de demolición, Washington estaba sembrado de espía y saboteadores, la Casa Blanca fue infiltrada por elementos de seguridad que trabajaban para la izquierda, la misma que quería darle a China la conducción del planeta, que quería a las minorías de color mandando sobre los blancos norteamericanos cobrándoles sus injusticias históricas, haciendo que el Estado trabajara en favor de los pobres, quitándole a los ricos para repartir los bienes de acuerdo a las necesidades sin mirar a las capacidades.

Y cuando esa mayoría silenciosa de los norteamericanos auténticos, de quienes creían en el ideal de los padres fundadores de una nación libre y próspera, que consideraban que era con trabajo y esfuerzo propio como se construía América y no con un estado benefactor, que redistribuía las riquezas, y hacía de la igualdad un medio para lograr el poder político, cuando esos norteamericanos vieron a su líder comprometido con tener al ideal norteamericano como prioridad, empezaron los enfrentamientos que en pocos meses se intensificaron hasta obligar a los socialistas en su desesperación por obtener el poder absoluto sobre su sociedad, a falsear los datos electorales.

Y cuando en un país cualquiera del mundo, se manipula la voluntad del pueblo, su poder soberano, para favorecer a una facción, se ha llegado a los límites de la convivencia posible, y en ese transcurso de eventos, bajo la presión de los medios de comunicación, engañados por la falsa ilusión de que se trata de un problema creado por un solo hombre, en un momento de frustración ante la derrota, cuando empiezan las lealtades a cambiar de bando y el miedo se apodera de las partes, es muy posible que se empiecen a cometer los errores que han llevado a países como el mío, Venezuela, a hacerle la cama a una tiranía que será muy difícil derrotar.

La gran pregunta ¿Qué les costaba hacer una investigación y recontar los votos? ¿Por qué el candidato Trump y los millones de norteamericanos que lo respaldan, se deben conformar con aceptar algo que saben mal hecho e inmoral? ¿La paz con trampa dura?

Si Baiden fuera un hombre inteligente e íntegro, fuera el primero en despejar estas interrogantes y pediría una exhaustiva investigación que aleje toda duda de su triunfo, pero tiene a sus espaldas a todas las fieras del socialismo, y lamentándolo mucho, a su propio hijo comprometido con un plan de siniestras consecuencias para el futuro de ese país y de buena parte del mundo, esa es mi apreciación.    -    saulgodoy@gmail.com

 

 

 

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