“Descubrió que la
vida en sí misma era un milagro, el más glorioso jamás producido. Algunas
personas malgastan la totalidad de sus vidas esperando por alguna bendición en
particular- riqueza, éxito, popularidad- mientras el más supremo de los
milagros, el que contiene a todos los demás, se desarrolla enfrente de sus ojos
y ni siquiera lo notan”.
Demetris
Bogiatzis, de la novela Espíritu Libre, 2018
Los dos escritores griegos que más admiro y quizás, los
más importantes de la modernidad son, el poeta Cavafy y el novelista
Kazantzakis, dos luminarias de la literatura que le hacen honor al legado de
Homero, y esto lo digo porque después de mucho tiempo he vuelto a releer la
famosa novela de Nikos Kazantzakis, Zorba
el Griego (1946), buscando subirme el ánimo que venía de ala caída dada la
situación de mi país, Venezuela; y vaya que si lo logró, cada persona es
diferente, pero si usted es un lector y quiere en algún momento darse ánimos a
pesar de que las circunstancias juegan en su contra, Zorba es como tomarse un
buen trago de ron, y sus efectos son más perdurables.
Y para devolverle el favor a Nikos, decidí escribir estas
líneas en su memoria, pero vamos a empezar por el final, Nikos y su segunda
esposa Eleni, decidieron hacer un viaje a China y Japón en 1957, el venía
luchando por años con una leucemia que lo venía debilitado, y aún en contra de
las advertencias de sus médicos y el temor de su mujer, viajaron, ya
anteriormente, más joven y con mejor salud había estado en estos parajes, donde
descubrió el budismo y observó el comunismo chino y a sus líderes en plena
labor de construcción de ese sistema político.
Debemos recordar que Kazantzakis tuvo su flirteo con el
comunismo, específicamente con el leninismo, estuvo en Rusia durante el ascenso
al poder de Stalin, cosa que no fue muy de su agrado, y aunque nunca fue un
comunista militante de partido si fue toda su vida un socialista, como buen
idealista, las revoluciones lo atraían, y pagó un alto precio por ello, los políticos
de la derecha de su país lo detestaban, no soportaban su popularidad y decían
de él que era un espía ruso, que lo que quería era el comunismo para Grecia…
bueno, el asunto es que se sintió muy mal en el vuelo de regreso de su viaje
por oriente, y por recomendación de sus médicos a lo que el avión tocó tierra
se lo llevaron de urgencia a Alemania, donde finalmente falleció, tenía 74 años
de edad.
Si había una persona que le gusta viajar, ese era
Kazantzakis, quien no solo recorrió buena parte del mundo sino que escribió
unos buenísimos libros de viaje llenos de interesantes observaciones, estos
libros que están siendo descubiertos ahora, forman una pequeña fracción de su
inmensa obra, pues si hay algún escritor que tenía “una turbina” en su pluma y
en su máquina de escribir, ese era nuestro apreciado Nikos, quien no solo fue
novelista, ensayista, periodista, dramaturgo, poeta, filósofo, traductor,
teólogo, sino que practicó el elegante y difícil arte epistolar, gracias a su
voluminoso legado de cartas pudo el investigador Peter Bien componer una interesante
biografía, basado en estas misivas.
Kazantzakis estuvo nominado nueve (9) veces para el
premio Nobel de Literatura, en la ocasión más cerca que estuvo de obtenerlo fue
en una competencia cabeza a cabeza con el escrito Albert Camus, quien le ganó
por apenas un voto (1957), un tiempo después, el escritor francés confesaría
que Kazantzakis tenía mayores méritos y más obras que él y que se merecía el
premio, pero sucedía con el cretense, que sus escritos habían levantado roncha
tanto en el gobierno como en la Iglesia Ortodoxa Griega y que estos se movieron
para que nunca obtuviera la presea, eso dicen las malas lenguas.
¿Quién era este cretense nacido en el pueblo de Heraklion
cuando la isla de Creta, famosa porque allí nacieron las corridas de toros, era
la cuna de la civilización de Micenas, reconocida por su vino y aceitunas, con
un pasado de intrépidos navegantes e invadida por cuanto imperio existía pero
nunca doblegando a sus habitantes que resistieron como lo estamos haciendo los
venezolanos ante la ambición de Comandantes y tiranos?
El investigador Dimitris Tziovas, de la Universidad de Birmingham,
dice de nuestro autor:
Uno
se pregunta sin embargo, si la popularidad de Kazantzakis satisface una demanda
por un estilo de vida alternativo basado en una constante transgresión de
límites, o se trata del retorno a un estilo de vida más simple, más primitiva y
menos racional. Esta es una pregunta con mayores implicaciones, dado que
Kazantzakis es un escritor de extremos que vacila entre el intelecto y el
instinto: al mismo tiempo es un escritor que se aísla y un hombre de acción, un
patriota Cretense y un viajero cosmopolita, un intelectual motivado por la idea
de Dios y un ateo. Su mundo es uno lleno de contrastes que se manifiesta en
distintos niveles: metafísicos (libertad-muerte, cuerpo-espíritu), ideológico
(cristiano- comunista) o en términos de caracterizaciones (en el caso de Zorba
como empleado y él, el escritor, como jefe). Y aun cuando escribe sobre Dostoievski
lo contrata con Tolstoi.
En 1883, cuando los ojos de aquel mortal vieron por
primera vez la luz del Mediterráneo, Creta pertenecía al Imperio Otomano, Nikos
vivió la Guerra Civil de la que nació la República y la anexión de Creta a
Grecia, y luego la invasión de las fuerzas nazis durante la Segunda Guerra
Mundial, pero tuvo el tiempo y la oportunidad de graduarse de derecho en
Atenas, en París se especializó en el pensamiento de Federico Nietzsche y
posteriormente, fue alumno del gran filósofo Henri Bergson.
Cargado de municiones intelectuales, con un amor hacia la
escritura que no tenía medida y un apetito de mundo, se lanzó por el camino de
la literatura buscando desentrañar el misterio de la naturaleza humana, lo que
no le impidió participar del gobierno como Ministro, e involucrarse en una
misión de rescate de unos compatriotas, 100.000 griegos atrapados en el Cáucaso,
en un conflicto entre las fuerzas Kurdas y los bolcheviques que amenazaban sus
propiedades y vidas, el gobierno de Atenas le dio la tarea de rescatarlos
cuanto antes.
Once meses duró su misión en una compleja operación que
involucró no solo delicadas maniobras diplomáticas, sino planificar y
administrar barcos, alimentos y dinero para sostener y transportar a este ejército
de refugiados, que finalmente vieron la libertad en Macedonia y Tracia,
familias campesinas para unos desolados campos que necesitaban aquellos trabajadores
desplazados, la tarea lo dejó agotado, pero fue un triunfo para Grecia y
personal para Kazantzakis, que luego de muchos años en el extranjero volvió a
Creta, donde el destino le deparaba una sorpresa, y fue conocer a un rudo
obrero de nombre Zorba.
El genio en flor
Kazantzakis pudo hacer fortuna con su trabajo como
escritor, sus libros se vendía en el mundo, lo suficiente para contar con el
dinero y comprarse una hermosa villa mediterránea en Antibes, una localidad de
los Alpes marítimos en la Costa Azul, parte de la Riviera francesa, donde se mudó con su esposa Eleni.
Antes de encerrarse en su villa a escribir ya había
publicado varios libros, uno de ellos, el que más trabajo le dio, y consideraba
su obra fundamental hasta el momento, fue el extenso poema La Odisea: Una secuela moderna, que continuaba la historia de las
aventuras de Odiseo desde el momento en que Homero la había dejado, y la
crítica había sido muy dura con ella.
Escrita entre 1924 y 1938, es una larga epopeya con 24
rapsodias y 33.333 versos, la historia va más o menos como sigue, Odiseo luego
de ordenar sus asuntos Ítaca, organiza a un pequeño grupo de compañeros para
hacer un viaje hasta Esparta, donde su amigo Menelao gobierna junto a la bella
Helena quien está aburrida de su vida doméstica, la secuestra y se la lleva a
Creta donde se la arrebata un guerrero Dórico. De allí enfila hacia Egipto,
donde se involucra en una revuelta que termina en derrota, decide entonces
investigar los orígenes del río Nilo, se interna en territorio desconocido y
construye una ciudad dedicada a los dioses pero esta es destruida antes de
terminarla. El aventurero se encuentra ya viejo y solo, pero decide continuar su
viaje hacia el sur de África, a lo que llega a la costa se construye una nave y
parte hacia las regiones polares, donde finalmente encontrará su muerte.
La historia en realidad es un viaje iniciático, una
aventura espiritual del héroe y donde Kazantzakis experimenta con sus teorías
teológicas que nada tienen que ver con el dogma que enseñan los patriarcas de
la Iglesia Griega.
La obra lo mal dispone con las autoridades eclesiásticas,
pero es el mundo académico y a sus colegas escritores, quienes se siente
ofendidos porque en la obra utiliza una amplio repertorio de palabras que nadie
conoce, dice el escritor que se trata de un léxico que él ha rescatado del
pueblo llano en sus correrías por el interior de Grecia, palabras del vulgo que
lo obligan a publicar simultáneamente con el poema, un diccionario especial con
más de dos mil entradas que solo él ha recogido del pueblo para que no se
pierdan en el olvido.
Era típico de Kazantzakis este tipo de provocaciones que
lanzaba con cada una de sus obras, era muy difícil no tener una opinión, mala o
buena, de su trabajo, sus ideas sobre la relación del hombre con Dios eran
arriesgadas y muchas de ellas podían ser tomadas como simples herejías.
Kimon Friar un estudioso de la poesía griega lo compara con
D. H. Lawrence, dice de ellos en su obra Modern
Greek Poetry, 1973:
Ambos
era Dionisíacos, hombres poseídos por demonios, anteponían el instinto y los
reclamos de la sangre por encima de las ordenadas deducciones de la mente,
celebraban los orígenes primitivos y atávicos del espíritu humano, eran
insaciable viajeros quienes discernían a Dios o el propósito de la Naturaleza
del paisaje exterior y del interno, encontraban en el universo físico las
imágenes, lejos de la mecánica urbana y sus sutilezas, clamaban lucha y crucifixión
como la ineludible y necesaria ley de vida, e incluso con el amor, eran
impacientes con sus elaborados refinamientos y se entregaban a las
manifestaciones de la creatividad inspiradora, ponían al profeta sobre el hombre
de letras, eran unos obcecados con sus impulsos y sueños mesiánicos.
Que yo me haya enterado, se
han hecho tres películas de las obras de Nikos, Celui qui doit mourir (1956) de Jules Dasin, que no he visto pero
me cuentan es una interpretación libérrima de la obra, Zorba el Griego de Michael Cacoyannis (1964) con la inolvidable
interpretación de Anthony Queen como Alexis Zorba, una película mucho más
oscura que el optimismo que resuma el libro, y La última tentación de Cristo (1988) de Mel Gibson, que tampoco se
ajusta a las intenciones del novelista, pero esto es lo común en este cross-over de medios.
En lo personal admiro en
Kazantzakis la facilidad de explicar en palabras fenómenos espirituales,
situaciones emocionales y profundas disquisiciones existenciales en términos
comunes, que todos podemos entender; aunque se le critica por su propensión a
utilizar metáforas oscuras que lo hacen parecer más a un escritor del siglo XIX,
y por su poca capacidad experimental con el estilo, hay lectores que lo sienten
pesado, otros sin embargo opinan que se trata de un escritor exótico,
interesante y ameno, absolutamente postmoderno, adelantado a su época, la única
manera de juzgar su trabajo es leyéndolo, y si no lo han hecho les recomiendo
para empezar por Zorba el Griego, la
van a disfrutar es muchísimo, la historia es más interesante de lo que la
película muestra.
Otro de sus libros que
particularmente me ha gustado es Carta
al Greco, publicada póstumamente en 1961, una obra que estaba escribiendo
cuando la muerte se lo lleva, una sentida autobiografía que lamentablemente
quedó a mitad de camino, por cierto, el presidente Luis Herrera Campins en su
discurso inaugural de su gestión, luego que nos dijera que recibió un país
hipotecado, parafraseó a Kazantzakis pidiéndonos “ayúdenme a llegar hasta donde no puedo”.
En el prólogo de Carta al
Greco escrito por Eleni, ya una viuda y albacea de su obra, nos dice:
…debemos
juzgar a Nikos Kazantzakis. No por lo que ha hecho, y ya lo creo que lo que ha
hecho tiene valor intrínseco. Pero, por lo que querría hacer, lo que quería
hacer tenía altísimo valor para él y para nosotros. ¡Vaya si lo tenía! En
treinta años a su lado, no recuerdo haberlo visto sonrojarse de uno de sus
actos. Era honesto, sin astucia, inocente como un recién nacido, dulcísimo con
los demás, salvaje, implacable consigo mismo. Se retiraba a la soledad, no
porque no amara a los hombres, sino porque estaba abrumado por su obra y sus
horas, las sentía contadas.
—Tengo
ganas de hacer lo que dice Bergson —solía decirme hacia el final de su vida—.
Bajar a la esquina, extender la mano y mendigar a los que pasan: « ¡Por favor, dadme un cuarto de hora!»
Clavaba
sus ojos, muy pequeños, muy redondos, muy negros en la penumbra —y que sin
embargo eran color de avellana— se humedecían conservando siempre su sonrisa.
¡Ah, un poco de tiempo más, para terminar mi obra! ¡Después, la Muerte será
bien venida!
¡Maldita
sea! Vino y lo ha tronchado en la flor de su juventud. Sí, no sonrías, lector
desconocido, porque acababa de florecer y de dar fruto el que tanto has amado y
tanto te ha amado, tu Nikos Kazantzakis.
-saulgodoy@gmail.com
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