Prefiero por un largo tramo la obra ensayística del
escritor mexicano Carlos Fuentes que su narrativa, y es una opinión
estrictamente personal, y lo reitero luego de leer sus conferencias recogidas
por la editorial Alfaguara en un volumen titulado A Viva Voz (2019) de la que destaco su Balzac, que entre otras cosas, hizo que volviera a releerme esa
magistral novela La piel de Zapa,
que no había vuelto a tocar luego de unos cuarenta largos años.
El ensayo de Fuentes es simplemente una delicia, no puede
el lector sino admirar la sólida cultura occidental de este latinoamericano y
el gusto que sentía este autor en recrear la ciudad de París, a la que amaba y
conocía de manera entrañable y lo refleja con una elegancia de la que sólo
Fuentes es capaz en sus ensayos literarios.
Luego de terminar su trabajo y animado por el enfoque que
proponía sobre una de las novelas principales de Balzac, la releí, y les puedo
confesar que el placer que me produjo superó con creces lo que recuerdo de
aquella lectura de juventud, pero lo más importante, me alejó por unos momentos
de la terrible realidad que el Socialismo del Siglo XXI, para ello escogí, de
las varias ediciones que he coleccionado, la que prologa el muy admirado Carlos
Pujol que nos instruye diciendo de la novela:
Balzac
nos da una novela a la moda fantástica y frenética del más genuino
romanticismo, entre el cuento oriental de las Mil y una noches y las alucinadas
vivencias del alemán Hoffmann; ensueños y escalofríos garantizados, amores y
destinos tempestuosos, aquí no se va a aburrir nadie, desde la primera a la
última página sobreabunda la emoción, el misterio y la truculencia. Aunque el
escenario no son Bagdad o Alemania- donde los románticos solían situar toda
fantasía pavorosa- sino las calles y las casas del París contemporáneo, en
ningún momento se renuncia a lo excepcional; la realidad está muy bien
observada, pero sólo para poder vestir convenientemente la increíble historia
de una quimera tremebunda.
Por supuesto, la traducción al castellano fue realizada
por el académico y erudito Rafael Cansinos-Assens, de la que he escuchado decir,
su trabajo supera con creces la versión original, un absurdo más que un
cumplido, pero que habla del rigor lingüístico y narrativo de la versión en
nuestra lengua hecha para los clásicos de la editorial Aguilar, allá por los
años cincuenta del pasado siglo.
Como acostumbro hacer ante de embarcarme en la lectura de
una novela clásica me busco una biografía del autor para enterarme de las
circunstancias en que fue escrita la obra, busqué mi Balzac de Stefan Zweig y
el de André Maurois, los complementé con la breve biografía de José Ramón Arana
quien nos informa de las precarias condiciones del joven escritor al comienzo
de su carrera, de su buhardilla en París, un cuartucho casi sin muebles, “No podría existir nada más horroroso-
escribiría Balzac más adelante- que
aquella buharda con sus paredes amarillas y sucias, que olían a miseria…”
Nos dice Arana de aquel lugar:
…
un lecho tan duro como un tablón, una mesa medio desvencijada y dos sillas
viejas. Él mismo tiene que arreglar el cuarto y traer el agua de la fuente de
la Plaza de San Miguel, y el único placer que puede permitirse, porque nada
cuesta, es caminar por el bulevar Bourdon en busca de aire fresco para sus
pulmones
O durante sus escapadas a la
casa de sus padres, en Villaparisis, mucho más cómoda y lejos de los
acreedores, donde se escondía a escribir como si fuera aquello una fábrica de
novelas pero atormentado por su madre, para que ejerciera su profesión de
abogado y tuviera una vida más digna y estable que la de un prospecto de
escritor sin tener nada asegurado.
Balzac, que es para mí el ejemplo del verdadero
trabajador literario, incansable, vital, a prueba de desengaños y fracasos,
nunca paró de escribir excepto cuando la muerte se lo llevó a sus cincuenta
años, joven aún para un escritor que dejó un montón de proyectos sin realizar
pero que pudo concretar una de las obras más portentosas de la literatura
universal, su Comedia Humana.
Dice Zweig de nuestro escritor:
La
realidad pasa de largo ante sus ojos, sin que alargue la mano para cogerla.
Vive recoleto en su cuarto, clavado a la mesa de trabajo, en la selva de sus
creaciones… Desde los veinticinco años ––salvo en casos que fueron excepciones
y acabaron siempre en tragedia–– sólo utiliza la realidad como material, como
combustible para mantener alta la presión de su propio universo. Pasó por
delante de la vida tímidamente, como si le dijese el presentimiento que el menor
contacto de estos dos mundos, el suyo y el de los otros, sólo podía engendrar
dolor. Todas las noches al dar las ocho caía sobre la cama agotado de fatiga,
dormía cuatro horas, y hacía que le despertasen a medianoche. Y cuando París y
todo entorno suyo cerraban sus ojos inflamados, cuando las sombras caían sobre
el rumor de las calles y se borraba el mundo de fuera, apuntaba la aurora del
suyo. El novelista lo conjuraba al margen del otro, congregaba todos sus
elementos dispersos y vivía horas de éxtasis febril, espoleando sin cesar los
sentidos postrados con el aguijón del café puro. ¡Y así trabajaba diez, doce, y
a veces hasta dieciocho horas diarias! Hasta que algo viniese a arrancarle de
aquel mundo y volverle al de la realidad. En este segundo de despertar es
cuando nos le imaginamos con aquella mirada que tiene en la estatua de Rodin,
aquella mirada de miedo y de sorpresa del que retorna de un cielo remoto y se
ve de súbito precipitado en la olvidada realidad; aquella mirada horriblemente
grandiosa que casi grita de angustia; aquella mano que se crispa en la ropa
sobre el hombro escalofriado; el gesto de uno a quien sacuden en el sueño, de
un sonámbulo a quien de pronto, con voz estridente, gritan su nombre.
De esta manera escribió aquella novela temprana que tenía
mucho de su vida, de sus ilusiones, de sus propias vivencias, nos cuenta Pujol:
“La piel de zapa (la peau de cagrin) se
publicó en agosto de 1831 y fue un gran éxito. Al cabo de un mes se reimprimía,
y antes de morir Balzac iban hacerse cinco ediciones más, a partir de 1845
introduciendo cambios en muchos personajes para que coincidieran con las
figuras ya conocidas de la Comedia Humana. Esta obra, que fue la primera que
escribió con su nombre, renunciando a los diversos seudónimos que empleó en los
años juveniles”
Más adelante en su vida, y ya viviendo en su pequeño
apartamento en Les jardies, la gente
lo recordaría como una extraña figura, muy parecido a una morsa por su
corpulencia y su gran y chorreado bigote, con su sobretodo cortado a la medida,
luciendo sus enormes anillos en las manos, caminando por las calles con sus
curiosos bastones de mangos abigarrados, pero sobre todo por su cabellera, de
un pelo negro en melena muy compacto, como si fuera un casco debajo de su
sombrero.
Amante de los libros, un lector voraz, fue uno de los
grandes ocultistas de aquella París del siglo XIX, estudioso de las religiones
antiguas, creyente del mesmerismo, de la frenología, nos cuenta André Maurois: “En 1822 había comprado por consejo del
doctor Nacquart, la obras de Lavater, haciéndolas encuadernar (crecido gasto
para él). Este escritor suizo, muy admirado por Goethe, había escrito una
Fisiognomía (arte de conocer a los hombres por su fisonomía) en la que
describía, mediante delicadas y luminosas observaciones, seis mil tipos
humanos, sus aspectos exteriores y sus naturalezas profundas”.
El filólogo mexicano José Ricardo Chávez en su impecable
artículo El ocultismo y su expresión
romántica (2008) nos refiere a los literatos que se sumergieron en estas
aguas arcanas:
Así,
se han estudiado escritores que recurrieron al ocultismo en tiempos de
secularización, con diversos grados de compromiso, que van desde la actitud más
superficial que utiliza temáticamente aspectos ocultistas pero sin compromiso
personal al respecto, hasta autores cuyo involucramiento esotérico fue
determinante en su carrera literaria y en su propia vida. Entre estos últimos,
tenemos en Francia a autores como Balzac, Gautier, Nerval, Huysmans, para citar
cuatro famosos, o en inglés, a Blackwood, Machen, Conan Doyle y Yeats. Así,
Balzac y Gautier estuvieron vinculados con el swedenborguismo; Nerval, con la
alquimia y el hermetismo; Huysmans con el satanismo y el neoocultismo de fin de
siglo; Blackwood y Yeats con la teosofía y la magia ceremonial; Machen con el
celtismo y Conan Doyle con el espiritismo.
Para Balzac, como muchos
estudiosos lo distinguen, no solo incursionó con éxito en los relatos del género
fantástico, sino que su inmensa cultura se tragó, como si fuera un agujero
negro en el espacio, todo lo que a su paso encontraba sobre lo esotérico y lo
oculto, sabía reconocer, cuando visitaba los más distinguidos salones sociales
hasta en las tabernas sobre el Sena, quienes pertenecían a las logias masónicas,
quienes practicaban la alquimia, quienes formaban parte de los círculos
herméticos de esa cada vez más embrujadora París, con sus lectoras de cartas,
círculos de nigromantes que invocaban a los muertos, hacedores de talismanes y
pócimas, videntes del futuro en bolas de cristal, adoradores del demonio y de swamis venidos del Ganges, que atraían
una enorme clientela en galerías y callejuelas del Barrio Latino.
Entre los muchos brujos y
filósofos de lo oculto, Balzac tuvo la oportunidad de conocer al magnífico
estudioso de la Cábala Alphonse Louis Constant quien luego sería conocido como Eliphas
Levi, amigo de la socialista Flora Tristán quien posteriormente sería la abuela
del pintor Paul Gauguin, corría el año de 1838, Balzac era famoso y disfrutaba
de especial atención de diferentes círculos de intelectuales y artistas ¿De qué
hablaron estos dos hombres? Acariciaría mi propia piel de zapa para que me
concediera el deseo de estar allí y escucharlos, y aunque nunca más se vieron,
Eliphas Levi sería protegido años después, por la viuda de Balzac.
A medida que fui leyendo La piel de Zapa la idea de aquel París
que surgía de la Revolución, del Imperio, que se transformaba con la fiebre
industrial, donde ya destellaba con su Belle
Epoque, con sus casinos, burdeles, teatros, cafés, bancos y hoteles; la
pluma de Balzac es rápida y adictiva, en menos de lo que canta un gallo ya
estaba metido en la piel de Rafael de Valentín y apostando en el Palais-Royale nuestra última moneda de
oro, de allí en adelante un torbellino arrastra al lector, nos hundimos en la
depresión de una vida valiosa nunca reconocida, de una miseria siempre
acechante y coqueteamos con la idea del suicidio, de dejarnos caer en las aguas
turbias del Sena, como tantos desesperados lo hacen semanalmente.
Y es cuando nos encontramos
frente a la tienda de antigüedades, de las tantas que existen en París repletas
de tesoros y escombros de épocas pasadas, de las mejores descripciones de estos
laberintos de recuerdos y secretos que he leído, justo el lugar para comprar
una piel de zapa que según el enigmático anticuario que atiende el local, y que describe Balzac con tanta brevedad:
Figuraos
un viejecillo seco y flaco, con una bata de terciopelo negro, a, justada a sus
riñones con un grueso cordón de seda. En su cabeza un gorro de velludo, también
negro, dejaba pasar a los sendos lados de la cara los largos mechones de sus
blancos cabellos...-continuaría más adelante- una barba gris y puntiaguda
ocultaba el mentón de aquel extraño personaje y le confería la apariencia de
esos rostros hebraicos que sirven de modelo a los artistas cuando quieren
representar a Moisés… Su ancha frente arrugada, sus lívidas y chupadas
mejillas, el rigor implacable de sus ojillos verdes, sin cejas ni pestañas… Una
malicia de inquisidor, traicionada por las sinuosidades de sus arrugas y los
circulares pliegues dibujados en sus sienes, anunciaba una ciencia profunda de
las cosas de la vida. Imposible era engañar a aquel hombre, que parecía poseer
el don de sorprender los pensamientos en el fondo de los más discretos
corazones.
Fue aquel anciano que le
advirtió que por cada deseo que cumpla el talismán, se le acortaría la vida, no
importará la advertencia, pues al pobre Rafael se le inflamarán los deseos por
lujos, por la buena mesa, por orgías y amantes, fama y riquezas.
Este relato sufriría
posteriormente varias modificaciones para adaptarlo a ese gran mosaico de obras
que constituye La Comedia Humana, la vida de Balzac mejoraría con el pasar del
tiempo gracias a su imparable trabajo como escritor, ganando algún dinero por
la venta de sus libros, por la generosidad de su familia, por la oportuna
intervención de sus amantes y admiradoras, fracasaría siempre como inversionista
y empresario, a menudo al borde de la quiebra y evadiendo a sus acreedores,
Balzac llegaría a su temprana muerte viviendo de la generosidad de quienes
admiraban su talento, y declarando en su delirio que 500.000 tazas de café lo
habían matado
Señoras, señores, estimado
lector de este humilde blog en el etéreo internet, buscaba sustraerme de la
realidad que atosiga a mi país, que a parte de una pandemia mortal, de una
inflación como ninguna en la historia, con un país en ruina y en proceso de
vaciado, en manos de un régimen satánico que solo promueve el vicio y la
destrucción moral del hombre, necesitaba con urgencia sustraerme de mi realidad
cotidiana que implica sobrevivir en medio de la violencia y la muerte, y fue el
genio de Honoré de Balzac y de su novela La
piel de zapa, la que me consiguió 48 horas de escape y entretenimiento,
bueno, barato y enriquecedor, leída en plena luz de día, en medio de un apagón
de energía eléctrica, nunca había realizado una relectura como la que acabo de
hacer de esta magistral obra de arte, que es la razón por la que recomiendo
este remedio a la angustia.
Las relecturas dicen que son
para viejos retirados que ya no aprecian la novedad, no es verdad, conozco
jóvenes que tienen un núcleo de lecturas favoritas y que releen una y otra vez
los libros que consideran esenciales, encontrando cosas que antes no habían
notado, haciéndose dueños de cada pasaje, diálogo o pensamiento y que estudian
a fondo, encontrándoles nuevas aristas e interpretaciones a estas obras a medida
que ellos avanzan en edad y experiencias, es lo que usualmente sucede con los
clásicos como El Quijote o la Divina Comedia.
La Piel de zapa, aunque es una lectura compleja sobre la naturaleza
humana, es entretenida, y puede pasar como frívola, pero si se vuelve a leer
luego de un tiempo, y en medio de una borrasca, se entiende que el poder y el tener,
son necesidades humanas que no cambian, se atemperan con la edad pero no
desaparecen, y es sobre todo en los jóvenes cuando más se necesita domarlas
pues tal como nos enseña la obra de Balzac, podemos perdernos en la maraña de
los deseos incumplidos y que creemos merecer sin pagar el precio que exigen.
De más está decir que la
recomiendo, que ayuda y reestablece el balance perdido, para eso están los
buenos libros. - saulgodoy@gmail.com
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