domingo, 27 de junio de 2021

Cielos de mermelada




Dos razones me impulsan a retomar mis escritos sobre cocina, la primera es que tenía bastante tiempo que no escribía sobre uno de mis temas favoritos, los fogones, las marmitas y los condumios que allí se cuecen, la segunda, el extraordinario descubrimiento que hice en la montaña donde vivo; les cuento, me visitaba mi amiga y editora, la historiadora Olga Santeliz Cordero y dábamos un paseo por un bosque lleno de pinos Caribe, cuando de pronto ella llama mi atención sobre un zarzal que crece a la vera del camino.

-Mira Saúl, moras salvajes.

Efectivamente, entre la maleza se distinguían unos apretados racimos de una moras diminutas, rojas y moradas; creyendo que el botín me iba a ser fácil, traté de cortar las moras con la mano desnuda y muy pronto las tenía rasguñadas y sangrantes, las pequeñas espinas del matorral eran de esas que mientan “jala pa´tras”, se hicieron con las telas de mis pantalones y camisa y no me dejaban salir; finalmente, decidimos volverá la casa y aprovisionarnos con el equipo necesario: un tobo, guantes de carnaza, un “garabato” (un palo largo para apartar la maleza) y tijeras de jardinería.

Mientras preparaba el equipo, probé las diminutas frutillas que habíamos traído y estaban superácidas, le pregunté a Olga si estaba segura de saber prepararlas y me dijo:

-En Carora preparamos una confitura con grosellas, que las llaman “cerezos”, pero tengo amigas que hacen mermelada con estas moras. Conozco la receta, no es complicada, y tenemos lo necesario para hacerla, principalmente contamos con estas prodigiosas frutillas, bastante azúcar y agua…

Y volvimos; esta vez pudimos colectar el tobo lleno hasta el borde de moras, cuando regresamos mi amiga me pidió el libro rojo de Armando Scannone, que tiene una receta de mermelada de naranja amarga (cajera).

-Sólo para cerciorarme de las proporciones- me dijo, y nos dimos a la tarea de limpiar y lavar nuestra improvisada cosecha, las pusimos a cocinar en agua a fuego medio y, mientras esperábamos, tomamos unos chatos de buen ron de Carúpano y hablamos de literatura e historia; para hacerles la historia corta, ese día terminé con cuatro tarros de una exquisita mermelada de moras salvajes en mi nevera, y Olga se llevó otros cuatro.

Esta pequeña aventura me impulsó a investigar sobre el tema de las mermeladas y me encontré con el fabuloso escrito de Olivia Potts, La Mermelada: Una obsesión muy británica (2020). Olivia es abogada, chef y escritora inglesa, quien cambió los juzgados por la escuela de Le Cordon Bleu, donde ganó sus galardones como maestra pastelera y es hoy una de las críticas gastronómicas más conocida en Gran Bretaña, y quién mejor que una inglesa para escribir sobre la mermelada que, según la leyenda, nació una tormentosa noche en el puerto de Dundee.

El cuento es como sigue: un barco cargado con naranjas amargas, provenientes de Sevilla, España, buscó refugio en la rada de Dundee. El comerciante del pueblo, un tal James Keiller, decidió que ese era un buen momento para hacer un negocio, creyendo que se trataba de naranjas dulces, y compró todo el cargamento, solo para descubrir luego que las naranjas son incomibles, amargas, casi sin pulpa y llenas de semillas.

Desesperanzado y asumiendo su pérdida, permitió que su suegra se hiciera con el cargamento; ésta las hizo hervir en grandes ollas y les puso enormes cantidades de azúcar, resultando la mermelada de naranja, que se convertiría en muy poco tiempo en la favorita de los ingleses, sobre todo de los escoceses.

Potts nos dice que ésa es la leyenda, pues ya anteriormente y en dos recetarios antiguos, uno de 1597 y otro de 1677, ya aparecía la receta de la mermelada de naranja agria, tal como hoy la conocemos. Para el tiempo de la historia con la familia Keiller, ya los cargamentos de naranjas sevillanas eran comunes en puertos ingleses, de hecho, Inglaterra es hoy el principal comprador de las cosechas de naranja agria de España.

Aquí en Venezuela, las conocemos como naranjas “cajeras” y son utilizadas para fabricar membrillo, dulces y concentrados; muy poco sale para hacer la mermelada de naranja, que es prácticamente desconocida, y aquí viene la segunda parte de mi historia, tengo un vecino que al frente de su parcela tiene un árbol de naranja cajera, la mata se le llena de bellas naranjas que nadie come, ni siquiera los pájaros las pican, y terminan casi todas en el piso.

De nuevo invito a Olga a mi casa y le enseño el guacal lleno de naranjas que mi vecino me obsequió; con la receta de Scannone salieron cinco potes de mermelada que se quedaron en mi nevera y cinco que Olga se llevó, y les puedo jurar que no hay nada más rico que esa mermelada untada en un buen pedazo de pan tostado con mantequilla.

Mientras que el resto del mundo hace mermeladas, casi que de cualquier fruta, los ingleses se han especializado en las frutas amargas, en especial de las naranjas, y es por ello que muchos chef separan las semillas y las cáscaras, las envuelven en una bolsa de muselina y las introducen en un momento determinado, cuando la cocción libera de ellas la peptina, una substancia que genera un estado gelatinoso y que le da cuerpo a la mermelada.

Según la historia, el gusto por la mermelada de naranja se generó en Escocia, donde acompañaba las cenas; la servían con las carnes frías y blancas, preferiblemente aves y cerdo, con los postres y la utilizaban como un digestivo natural. Fueron los mismos escoceses quienes empezaron a utilizarla también al desayuno, y fue con esta comida, la primera del día, como se esparció su uso en Inglaterra, cuando la Reina Victoria la probó, quedó tan encantada por su sabor, que pronto se hizo de uso común entre los nobles y luego se popularizó en Londres.

A partir de ese momento, la mermelada se convirtió casi que un ícono nacional; no había soldado que no llevara en su mochila su tarro de mermelada, se convirtió en el obsequio por excelencia entre amigos, fue llevada por el Capitán Scott en sus viajes por el Ártico, acompañó a Edmund Hillary en su escalada al Everest, no hubo colonia británica en el mundo donde no se conociera de la apetencia de los ingleses por esta mermelada, cuyo origen parece estar en Portugal.

Desde pequeño me acostumbré a que la mermelada era de fresa; fue muy recientemente que un amigo me trajo de Europa, de Francia, un exquisito envase con mermelada de naranja y quedé prendado, pero no fue hasta que Olga hizo la mermelada de naranja en mi casa que volví a comerla, y ahora estoy dispuesto a no dejarla nunca más. Para los que no la hayan preparado, les recomiendo la receta de Scannone, es un tiro al piso, no falla, aunque les advierto, el tipo de naranja varía de región en región, el contenido de peptina es bastante irregular, el tiempo y las veces en que se cuece la fruta y luego, la mermelada influyen en el sabor final.

Tengo una amiga serbia que para lograr el punto justo de la mermelada, la cocina una y otra vez, ajusta el azúcar, y el grosor de la mermelada añadiendo agua cuando fuere necesario, a veces la deja de un día para otro, el color, el aroma y el sabor son indicativo de este proceso alquímico; una receta de 1587 dice que “la cuchara de palo debe quedar erecta en la olla, entonces está lista”, aunque esto me suena más a membrillo que a mermelada.

Cuando la mermelada queda muy fina, poco gelatinosa, los anglosajones la llaman “jelly”, nosotros le decimos “delicada”. Los ingleses, que tienen ya años en el oficio, tienen competencias y premios internacionales a la mejor mermelada y, de acuerdo a los informes de estos eventos, han concursado mermeladas de papa dulce, de café, de lima, de cacao, de coco, pero han sido los japoneses quienes más premios se han llevado por las exóticas frutas que pueden conseguir, entre ellas el daidai, una especie de naranja agria que solo se da en tierras basálticas, la tachibana, una especie de mandarina, la kawachi bankan, un tipo de pomelo.

Las mermeladas fueron atrapadas en el nicho de los desayunos, ya hay intentos en llevarlas a los almuerzos y de recuperar su espacio original en las cenas; hay toda una serie de nuevos sabores de mermeladas que continuamente están surgiendo, hechas de frutas de las que jamás hemos escuchado. Creo que en nuestro país las mermeladas apenas se están despertando, a pesar de que contamos con una de las mermeladas más exquisitas del mundo como es la de guayaba, hay un público ávido por experimentar nuevos sabores y combinaciones en la cocina; nuestro pequeño descubrimiento con las moras salvajes y con las naranjas cajeras, ese sendero de las frutas agrias, es un camino no explorado, que puede rendir resultados inesperados, y espero, muy sabrosos; creo que no en vano los Beatles cantaron una canción sobre cielos de mermelada, un alimento que puede llevar mucha alegría a nuestras vidas y que los venezolanos, en el transcurso de nuestra historia, hemos tenido el talento y el buen gusto de elaborar exquisitos productos de frutas conservadas, como los que presentamos en la Feria Universal Colombina de Chicago en 1893, de la cual mi amiga Olga está preparando un espectacular trabajo, que muy pronto saldrá al público.   -    saulgodoy@gmail.com

 

 

  

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