Y la máxima
responsabilidad que puede pensarse humanamente llega a quien desata y ayuda a
que un pueblo despierte de ese semisueño y se abra a la esperanza enteramente,
a la esperanza inmediata. Esperanza que es también hambre de siglos y hambre de
todo, de pan –en casi todos los pueblos del planeta–, de vivir en forma activa
y más personal: hambre de toda clase de bienes. Y el peor de los delitos sería
especular con el hambre y con la esperanza de un pueblo. La peor acción y la
más peligrosa, pues el hambre y la esperanza son los motores más activos de la
vida humana.
María Zambrano,
Persona y Democracia (1958)
Hay un grupo de políticos de la llamada “oposición”
venezolana haciendo turismo político en Norteamérica y Europa, vendiendo la
idea, ante gobiernos socialistas, de que ellos, aspirantes al poder en
Venezuela, sí tienen una oportunidad de oro en el caso que se realicen elecciones
en el país, gracias a un nuevo Consejo Nacional Electoral y a un régimen
acorralado por las sanciones internacionales, y que podrían no sólo de
conservar “espacios políticos”, sino de incrementarlos y lograr, de manera real y contundente, una
transición hacia la democracia.
El asunto fundamental en esta nueva cruzada que realiza
el mismo grupo de perdedores y vendedores de elíxires que, por tanto tiempo, ha
usurpado nuestra representación, es que ahora están pidiendo a esos gobiernos
socialistas de Norteamérica y Europa, que levanten las sanciones contra el
régimen de Maduro como gesto de buena fe y, dados los adelantos y mejoras en
las condiciones de libertades en Venezuela, se puedan realizar dichas
elecciones con observancia internacional, en las que habría una importante
oportunidad de revertir el rumbo de la malhadada revolución bolivariana.
Los alegatos que alimentan esta audaz pretensión son: que
el gobierno de Maduro está debilitado; que ellos, los partidos políticos
socialistas del país, son la única opción viable y con posibilidades reales de
poder; que el país nacional, si se le da la oportunidad de expresar su voluntad
libremente, no dudaría en darles el respaldo mayoritario; que el gobierno
interino de Guaidó sí ha hecho un trabajo efectivo de construcción de oposición
política; y que toda Venezuela espera acudir masivamente a las elecciones y
cambiarle el rumbo a nuestro destino.
Esta puesta en escena no sería posible si no hubiera por
detrás el respaldo de una política del socialismo internacional moderado, que
trata de sacar del poder a los socialistas radicales que hoy están en el mando,
por medio de elecciones, y que estos socialistas radicales se encuentran en
pleno trabajo de conquista y dominio de toda Latinoamérica, de los EEUU y de Canadá,
por lo que la jugada de las elecciones en Venezuela es una jugada que se da en
varios tableros simultáneamente, donde todos los jugadores son socialistas.
Lo que ha ocurrido con las elecciones en el Perú es un
claro indicativo de que, en el campo electoral, el socialismo radical ha
aprendido su lección; que la pobreza y la ignorancia son el caldo de cultivo
perfecto para el socialismo como manera de ver el mundo; y que a mayor miseria
e injusticia, mucho más fácil es atraer a las masas hacia el extremismo
radical, hacia candidatos mesiánicos, populistas y programas revolucionarios, y
eso es lo que se está cocinando a lo interno en muchos países del orbe, incluyendo
en los EEUU, Canadá y buena parte de Europa.
De seguro ya hay muchos lectores revolviéndose incómodos
en sus asientos, lo que acaban de leer tiene graves implicaciones, entre otras
cosas porque el socialismo es una corriente política que irremediablemente
deviene en totalitarismos, estados policiales, perdidas de las libertades
individuales, colectivismos. Y es que el socialismo, como ideología, predica
una utopía irrealizable; como toda buena utopía, con el tema de la igualdad deshumaniza
en vez de humanizar; con la redistribución de la riqueza, alienta a una
dependencia hacia el estado y un desdén por el trabajo bien hecho. El
socialismo, a pesar de contar con el decidido apoyo de una iglesia católica y
de una buena parte de la intelectualidad, por aquello de su superioridad moral,
en realidad se dedica a tenderle la cama al socialismo revolucionario que,
tarde o temprano, es el resultado natural de ese humanismo simplón y
sentimental, que facilita a personajes como el Che Guevara, ícono de la
barbarie con retórica humanista, se instale en el poder.
Y no crean que en la derecha, en las ideologías
liberales, se corre con mejor suerte; al igual que la izquierda, tiene su ala
radical y extremista que, cuando se instala en el poder, es capaz de cometer desmanes
y crímenes al por mayor. Lo que sucede es que en las ideologías de la derecha
hay mayor conciencia y se siente más la pérdida de las libertades, por lo tanto
la resistencia a los embates fundamentalistas son más contundentes.
John Dunn, el filósofo y politólogo inglés reconoció en
la democracia dos rasgos diferentes y complementarios; en su libro Libertad para el pueblo (2005) expresa
lo siguiente:
La
democracia como una forma de gobierno y la democratización como un proceso
social, cultural, económico y político tienen ritmos muy diferentes, y también
están sujetas a tipos muy diferentes de presiones causales. La democratización es
abierta, indeterminada y exploratoria, nace
de la concepción de la democracia como un valor político — y responde a ella—, como
una forma en la que aquello que tiene una importancia profunda para un cuerpo
de ciudadanos es lo que al final debe decidirse. La democracia como forma de
gobierno es bastante menos abierta, considerablemente más determinada y mucho
menos audaz en sus exploraciones. Ya que en el gobierno algunos humanos siempre
tienen amplio control sobre muchos otros de numerosas maneras, este contraste
fundamental entre valor y forma de gobierno tiene algunos méritos obvios: es
mejor que existan límites claros para el control que otros pueden tener sobre uno.
Para ambas tendencias, tanto para la derecha como para la
izquierda, la búsqueda del equilibrio es fundamental; gravitar hacia el centro
es la tendencia natural para ambas, aunque en el seno de sus organizaciones,
facciones y grupos encontremos a moderados y extremistas, tratando de convivir
y ajustarse a un plan político que les permita el acceso al poder.
Lo que está sucediendo en la actualidad, en los países
desarrollados de occidente, es que hay un tremendo cansancio entre aquellas
naciones que han estado liderando al mundo por tantas décadas, hay desgaste en
sus convicciones, no hay una renovación de las visiones y narrativas, todo
parece repetirse en un eterno retorno de lo mismo; los conceptos que traíamos del
humanismo decimonónico ya no están funcionando; la ciencia y la tecnología han
estado generando sus propios objetivos y escenarios, ajenos incluso a los
ideales políticos, lo que ha creado graves confusiones y contradicciones.
Bajo estas circunstancias estamos viviendo una especie de
decadencia de los valores democráticos, la libertad del ser humano parece que
ya no es tan importante como antes, la democracia se ha convertido más en un
ejercicio retórico que en algo real y palpable; el pragmatismo, vivir el
momento obteniendo de él la mayor utilidad material posible al menor costo, nos
ha nublado la visión, y cuando no podemos ver hacia dónde vamos, empezamos a
navegar por instrumentos, por listas de “ítems” que deben ser confirmados, por
la forma y no por el contenido. Mientras esto ocurre, el socialismo radical ha
tomado fuerzas, y gracias a una “política real” que se traduce en control y
dominio sobre la sociedad, en el uso de la violencia, la información y las
necesidades biológicas de la población, con el único fin de manipularla y
dirigirla, su presencia en diversas partes del mundo se ha multiplicado y es
hoy la ideología dominante.
La profesora de la Universidad de Harvard, Samantha
Power, fundadora del Centro Carr de Políticas de Derechos Humanos, en su
importante estudio titulado: Estados
Unidos en la Era del Genocidio (2003), con el que ganó el premio Pulitzer
de ese año, hace una exhaustiva revisión de la política de la Casa Blanca a
partir de la erradicación serbia de los que no eran serbios, examina la matanza
otomana de los armenios, el holocausto nazi, el terror de Pol Pot en Camboya,
la destrucción de los kurdos a manos de Saddam Hussein en el norte de Irak y el
sistemático exterminio de la minoría tutsi por los hutus en Ruanda, que son algunos
de los genocidios más notorios del siglo XX.
La profesora Power establece un patrón de comportamiento
por parte de la superpotencia al enfrentar este tipo de situación, que deviene
en gravísimas violaciones de derechos humanos por parte de tiranos en el mundo,
entre sus conclusiones expone que:
El
gobierno de Estados Unidos no sólo se abstiene de enviar tropas, sino que hace
muy poco en cuanto a otro tipo de intervención para desalentar el genocidio.
Los funcionarios estadunidenses se engañan (igual que el público en general)
respecto de la naturaleza de la violencia en cuestión y del probable efecto de
una intervención. Presentan el derramamiento de sangre como mutuo e inevitable,
y no genocida. Insisten en la futilidad de cualquier intervención. Es más:
señalan que puede causar más mal que bien, con perversas consecuencias para las
víctimas y el riesgo de otros preciados intereses morales o estratégicos
norteamericanos. Tachan de “emocionales” a los
funcionarios que instan a la intervención y que apelan a argumentos
morales en un sistema que habla sobre todo el frío lenguaje de los intereses.
Evitan la palabra “genocidio”. Tranquilizan su conciencia al favorecer la
detención abstracta del genocidio y, al mismo tiempo, al oponerse a la
intervención en ese momento.
El comportamiento de Europa es similar, evitan la
intervención directa y prefieren desplegar los esfuerzos diplomáticos, dejando
las sanciones para cuando ya no quedan otras opciones; ante esta actitud, no es
de extrañar que manifestaciones políticas tan agresivas como el Socialismo
Bolivariano del Siglo XXI, se hallan aprovechado de esas prácticas de
contención y negociación, adelantando sin ninguna oposición no solo genocidios,
sino ecocidios, desplazamientos masivos de refugiados, incrementos notables del
narcotráfico y el terrorismo, intervenciones en las políticas internas de
países vecinos, protección y financiamiento de la subversión, ruina de las
economías regionales, destrucción de la democracia y ataques en contra de
intereses occidentales y su civilización.
¿Puede la coincidencia ideológica en el socialismo ser
más importante que la preeminencia de la democracia y las libertades humanas?
Después de más de veinte largos años en que se le ha permitido a esta dañina
ideología cambiar gobiernos en Latinoamérica, queda la duda sobre cuál es en
realidad la agenda de los gobiernos socialistas en el mundo.
De modo que esta gira de “nuestros representantes
políticos de la oposición”, y la receptividad que han encontrado a sus
propuestas de unas nuevas elecciones a cambio de un levantamiento de sanciones,
donde todos sabemos, el resultado será una extensión del poder de los chavistas
en el gobierno del país, en una vergonzante cohabitación sin futuro, lo único
que está comprando para los partidos es tiempo, para que sus líderes continúen
medrando del estado benefactor y que su escasa clientela política prosiga
parasitando del presupuesto de alcaldías y gobernaciones.
La receta que nos están aplicando es absurda, negociar
con nuestros enemigos, llegar a términos con las mafias y la guerrilla para
lograr un cogobierno, algo que ni los mismos norteamericanos u europeos harían
si fuera su caso, pero como no tenemos como defendernos y ellos no quieren arriesgar
nada por salvar la democracia, creo que el final de este conflicto ideológico
está cantado.
Por ello, nuestros políticos han escogido el discurso
heroico de un Plan de Salvación Nacional, una agenda de inclusión, tolerancia y
perdón, un nuevo “chiripero” de candidatos y partidos creados a la imagen y
semejanza del chavismo, para engañar y hacerle creer al mundo que un milagro
está a punto de ocurrir en Venezuela y que
pudiera cambiar los destinos del mundo, y digo mundo con cada una de sus
letras; no me cansaré de repetirlo, lo que ocurre en mi país es un laboratorio
de ensayo de lo que va a ocurrir en el resto del planeta, incluso en los EEUU,
y todos sabemos que ya está ocurriendo en Canadá y en Europa, los socialistas
moderados creen poder aguantar los embates del socialismo radical, que ya está
enquistado y erosionando la democracia en sus propios países; no van a poder, y
menos aún con China y Rusia liderando y conduciendo este gran circo de las
ilusiones. - saulgodoy@gmail.com
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