¿Quién no ha notado que el tiempo parece correr más rápido,
que los meses pasan a una velocidad pasmosa, que empieza un año y, de pronto,
sin mucho escándalo, ya está terminando? Pareciera que nos hacemos más viejos
muy pronto… Pero no solo el tiempo del calendario se nos ha hecho humo, también
sucede con el tiempo consciente del momento, del día a día. Ese tiempo
operativo de nuestra rutina diaria, el del trabajo y la diversión, nos arrolla
a la velocidad de un tren bala.
El investigador David Harvey, en su interesante libro sobre
el postmodernismo (The Condition of
Postmodernism) nos dice:
“…[los] bienes
escasos como el tiempo y el dinero tienden a ser ubicados racionalmente como
prioritarios: La gente trata de utilizar el tiempo de la manera más eficiente
posible. El cuanto trabajan, descansan, consumen bienes, cuidan de sus cuerpos
y propiedades, o se involucran en actividades filosóficas o culturales, depende
en lo puedan esperar en retorno. Y mientras la productividad aumenta, obtienen
más y más del trabajo y del consumo, y esto, a su vez, conlleva a una escasez
de tiempo y su correspondiente cambio en la planificación del tiempo. Riqueza
de bienes y riqueza de tiempo son inversamente proporcionales: Las sociedades
pobres experimentan una abundancia de tiempo (el estar ocupados no tiene
efectos netos, ya que hay muy poco que consumir), mientras que las sociedades
ricas están hambrientas de tiempo.”
Una de las razones para tener esa ilusión temporal acelerada
es que estamos rodeados de máquinas y artilugios cada vez más eficientes y
rápidos, que el transporte hoy en día es a alta velocidad, que las
comunicaciones son instantáneas, que la búsqueda de información se ha reducido
a unos cuantos “cliks” de nuestros celulares o computadoras, que todo es instantáneo,
el café, nuestra orden de pollo y patatas fritas, la cerveza bien fría en
nuestra barra favorita, nuestros exámenes médicos, las operaciones bancarias,
hasta el sexo parece durar lo que nos cuesta desvestirnos y volvernos a vestir.
Ya desde 2009, las
investigaciones arrojaban datos importantes sobre este fenómeno, las
investigadoras francesas Sylvie Droit-Volet and Sandrine Gil llegaron a la
conclusión de que: “A pesar de que los
humanos poseen un mecanismo propio que les permite calcular de manera más o
menos exacta el tiempo, la representación del tiempo puede estar influenciada
por el contexto”. Nos explican que, dependiendo de nuestro estado emocional,
nuestra percepción del tiempo cambia- “Cuando
estamos agitados y ansiosos, por ejemplo, el tiempo parece arrastrase, no
tenemos paciencia… pero también, dependiendo de nuestro entorno social,
tendemos a igualarnos con nuestro ambiente, con quienes nos rodean, el ritmo de
actividad de los otros afecta nuestra percepción del paso del tiempo”.
Eso también sucede con los medios de comunicación, la manera
como recibimos la información diaria, las noticias, nuestra información
personal, nuestra búsqueda de datos, acostumbrados a andar todo el día con poderosas
computadoras a nuestros alrededor, en nuestros bolsillos; todo el día, esos
aparatos nos entrenan para obtener respuestas inmediatas, y cuando alguien se
tarda más de lo debido, nos sentimos frustrados, aunque sea por la más mínima
tardanza.
En 2016, el escritor de asuntos tecnológicos del Silicon
Valley, Nicholas Carr, publicó su interesante libro, Utopia is creepy, donde nos recuerda que en el año 2006, el tiempo
de espera de un consumidor para compras
en la Web era de 4 segundos para que la página se instalara en su pantalla,
este margen de tiempo se redujo rápidamente, y apareció la regla de oro de las
compras en línea, un cuarto de segundo máximo para que bajara la página; hoy en
día, esto llegó a 250 milisegundos, lo que toma pestañear, si la imagen no
aparece, el consumidor se va.
Esta es la cara más visible y cotidiana del capitalismo, un
mundo de máquinas que rodean al hombre para hacer su trabajo más productivo y
su consumo más voraz, un mundo artificial, lleno de ofertas maravillosas de una
vida cómoda y abundante, y una humanidad más enferma y al borde de un ataque de
nervios. Los expertos en aceleracionismo nos dicen, que los peligros
fundamentales para la persona son las desterritorialidad, la fragmentación (de
la personalidad) y la desincronización, la tres apuntan al caos o a un aumento
de la entropía.
Ya para los años 70 del pasado siglo, varios escritores
comunistas franceses, entre los que figuraban Deleuze, Guattari, Lyotard,
algunos ingleses, sobre todo de la Universidad de Warwick, como Sadie Plant,
Nick Land, Robin Mackay, el ruso Lipovetsky, italianos, como el inefable
Antonio Negri, se conectaron en un inmenso grupo de intelectuales de izquierda
quienes, en lugar de perder tiempo lamentando la caída del muro de Berlín y el
derrumbamiento de la Unión Soviética, afilaron sus cuchillos para hacer lo
mejor que sabían hacer, criticar al capitalismo, atacarlo, encontrar sus
flancos débiles, destruirlo. Para ello desempolvaron una pequeña y oscura obra
de Marx que llevaba por título Fragmento sobre las máquinas, en la
cual él describe cómo el incremento de máquinas en los lugares de trabajo tiene
como propósito acabar con la clase obrera.
Y en vez de valerse del pasado, que querían olvidar lo más
pronto posible, se empeñaron en leer el futuro; con una gran diferencia de
muchos de sus pares de la izquierda, plantearon una novísima estrategia:
destruir el capitalismo acelerando precisamente aquellos síntomas de decadencia,
determinar las causas, las cuales Marx ya había determinado como los focos de
auto destrucción, del sistema, para que ultimadamente pudiera instaurarse el inefable
paraíso comunista en la Tierra sobre las ruinas del capitalismo global.
A este movimiento se le llamó “aceleracionismo” y hasta
publicaron un manifiesto mundial, no muchos los tomaron en serio, pero aparte
de unos escritores de ciencia ficción y de unos profetas del holocausto
tecnológico que provocaría el capitalismo, en su loca carrera por deshacerse de
todo aquello que oliera a humano, inauguraron, sin darse cuenta, uno de los más
siniestros aspectos del postmodernismo.
No voy a explicarles los detalles de esta interesante tesis
del aceleracionismo, ni las elucubraciones de estos filósofos, dignos todos de
un hospital psiquiátrico (en lo personal, la lectura de sus obras es un
banquete para mi curiosidad por entender ese constructo llamado la “Teoría Crítica”);
lo que sí quiero advertirles es que ésta es una peligrosa teoría, que ha sido
llevada a la practica en el mundo, con resultados catastróficos; la crisis financiera,
que se produjo en el 2008 en EEUU, es un buen ejemplo de ello.
Una gran parte de las personas cree que la crisis de las
hipotecas inmobiliarias fue producto de la avaricia de unos pocos y el descuido
de las agencias reguladoras del estado, no se han paseado por la idea de un
plan aplicado desde los círculos del poder, con la intención de destruir el
aparato financiero norteamericano y mundial; el sistema entró en crisis, pero
fue rescatado por los ahorristas y dejó en la calle a muchas familias.
Igualmente ha sido aplicada en nuestro país, posiblemente
sin la comprensión debida por parte de la élite chavista, pero sí de ese núcleo
de la izquierda internacional que les presenta los planes de acción y que
nuestros “rojos rojitos” endógenos, y que simplemente ejecutan sin pensarlo,
también está sucediendo en otros países latinoamericanos y en España.
A quienes niegan la existencia de un plan aceleracionista en
Venezuela, causante de las penurias que hoy nos asolan, les recuerdo que la
quiebra de nuestra industria petrolera, una de las más grandes y eficientes del
mundo no sucedió por mala suerte ni fue producto de la incompetencia, todo lo
contrario, fue un plan deliberado y dirigido para arruinar el país.
Explotaron el subsuelo del país a una velocidad tal que
durante el gobierno de Chávez nuestros puertos estaban congestionados de
tanqueros provenientes de todos lados del mundo esperando turno para cargar el
crudo, pero los dineros que le correspondían al país para su desarrollo, jamás
entraron al fisco, se lo robaron todo.
Las transacciones bancarias fluían instantáneamente entre
paraísos fiscales y bancos sin escrúpulos, las maletas llenas de dinero
efectivo y oro que salían (y continúan saliendo) hacia lugares como Turquía,
China, Rusia, Europa y EEUU, las compras de bitcoins
y otros valores, las inversiones de algunos venezolanos en las bolsas del mundo
en negociaciones multimillonaria, nos hablan de una desbocada transferencia
ilícita de fondos y con la anuencia de los gobiernos chavistas.
Las cuentas por cobrar sobre petróleo entregado y despachado,
crecían de manera grosera, no así los cobros de comisiones de funcionarios de
PDVSA, que se pagaban por adelantado. Por otro lado, las inversiones necesarias
para el mantenimiento y reposición de equipos de la industria nunca se
cumplieron, los pozos empezaron a bajar su producción, las refinerías empezaron
a fallar o pararse, los puertos y patios de almacenamiento se caían a pedazos o
se incendiaban, los derrames eran parte de nuestra cotidianidad.
Pero fue el maltrato y los incumplimientos con el personal obrero
y técnico de la industria lo que más afectó la operatividad de la actividad,
sueldos miserables, sin ninguna seguridad social, sin derecho a reclamos y con
los sindicatos intervenidos, el recurso humano especializado fue, poco a poco,
desmejorando o migrando a otros destinos.
Era el proceso perfecto de una aceleración programada para
terminar con nuestros ingresos, el plan urdido desde La Habana estaba
funcionando. ¿Y cómo actuaban sus principales protagonistas? Funcionarios
cercanos al poder, familias privilegiadas, que vivían también sus vidas de
manera acelerada, consumiendo productos lujosos y de alta gama, personas que
nunca tuvieron fortuna, y que se presentaban en exclusivos clubs en autos
Ferraris, Lamborghinis, Mercedes Benz, Hummers… viviendo la vida loca; sus
inversiones personales se hacían en proyectos también acelerados, en
desarrollos inmobiliarios que destruían urbanizaciones, parques nacionales,
complejos industriales y comerciales, casinos, bodegones… proyectos que
perseguían la ganancia rápida.
El chavismo se convirtió en el factor principal de la
aceleración para destruir el capitalismo en Venezuela, pero sin que ellos estuvieran
plenamente consciente de ello, fue un plan impuesto, del cual actuaban como una
ficha más, aquel estilo de vida proveniente del delito y sin sentido, otro que
satisfacer las pulsiones más primitivas de quienes no tuvieron que trabajar
honestamente para ganárselo.
Nuestras economías y el orden social en general se vieron
atacados por estas estrategias aceleracionistas, diseñadas para destruir las
bases económicas de nuestros países y con ello los principios morales y la
identidad misma; no lo lograron en EEUU, gracias a la fortaleza de sus
instituciones y porque, al final, el pueblo tuvo que pagar por los platos rotos
que rompieron los banqueros, especuladores y reguladores que se prestaron a
participar en esos planes de guerra contra la seguridad de la nación.
Si bien es cierto que el capitalismo no es un sistema
perfecto, que en su desarrollo presenta errores, injusticias y desigualdades
extremas, también es verdad que es el único sistema coherente y práctico para
sostener la vida en el planeta, sin la opresión y el terror que implica el
aparato comunista (y el socialista), y que desemboca finalmente en el fracaso y
la pobreza extrema.
Aprender a vivir con el ciberespacio, con robots,
nanotecnologías e inteligencia artificial no es sencillo; la tecnología, que es
la carta de presentación del capitalismo, puede complicar el curso de la vida
tal como la conocíamos, pero las generaciones se adaptan y las posibilidades de
avance hacia un mundo mejor se multiplican. Volver al mundo pastoril y del
medioevo ya no es posible, y acelerar los cambios en un mundo donde ya todo
viene y va a gran velocidad es, indudablemente, muy peligroso.
Como bien nos explican, en el libro Aceleracionismo, estrategias para una transición hacia el
postcapitalismo, sus autores y recopiladores, Armen Avanessian y Mauro Reis
(2017):
El
aceleracionismo es una herejía política: la insistencia en que la única
respuesta política radical al capitalismo no es protestar, agitar, criticar, ni
tampoco esperar su colapso en manos de sus propias contradicciones, sino
acelerar sus tendencias al desarraigo, alienantes, descodificantes,
abstractivas. El término fue introducido en la teoría política para designar un
cierto alineamiento nihilista del pensamiento filosófico con los excesos de la
cultura (o anticultura) capitalista, encarnado en escritos que buscaban la inmanencia
con estos procesos de alienación.
Nicolás Maduro y los socialistas
del Siglo XXI se hicieron parte de este proceso de aceleracionismo, junto al Castro-comunismo,
para destruir deliberadamente al país. Es fácil ver esta estrategia operando en
el tema electoral. La intención última del chavismo es acabar con la
democracia, y la vía más segura es envenenando el sistema electoral, que es la
pieza clave que produce los cambios políticos y de liderazgo. Hace tres décadas
atrás el sistema se mantenía en base a dos o tres partidos que motorizaban
estos cambios, pero vinieron Chávez y Maduro y le imprimieron velocidad a estos
procesos de desmontaje de los mecanismos para constatar la voluntad popular, y
cosa más grande, coincidió con la introducción de los procesos automatizados en
las votaciones.
No contentos con manipular
programas, listados y registros, empezaron con una creación de partidos
políticos “fantasmas”, para simular una ampliación en las opciones de
candidatos, hasta llegar al simple asalto y robo de las tarjetas electorales,
que se traducían en despojarlos de sus banderas, listados de militantes,
espacios y bienes, para asignárselos, vía judicial, a unos verdaderos trúhanes
de la miseria política. Todo esto para que el ciudadano fuera perdiendo la
confianza en la política institucional, y el país volviera a la prehistoria de
montoneras y caudillos.
El aceleracionismo explica
claramente la táctica chavista de “huir hacia adelante”, de no perder la
iniciativa aun sabiéndose derrotados, de continuar con programas que claramente
son antipopulares y dañinos para la sociedad, de esta manera acabaron con el
sistema público de salud, con la educación, invirtieron enormes cantidades de
dinero en programas comunales, en la llamada “milicia”, en pauperizar los
programas de alimentación y la cadena productiva agroindustrial.
Dentro de esta proyección
acelerada de huida del chavismo, me atrevo a pronosticar, y esto es pura
especulación, que debido a que Maduro solo puede conseguir salvoconducto para
él y su familia inmediata, los demás factores del poder van a intentar darle un
golpe de estado (que puede ser con su consentimiento o sin él) para burlar las
medidas aplicadas por el gobierno de Washington, como manera de ganar tiempo y
mantener a raya a la oposición venezolana, por lo que recomendaría a la
candidata Machado y sus aliados, preparar un gabinete en las sombras para poder
operar con sus fuerzas políticas, y negociar con la comunidad internacional
democrática que la apoya, mientras dure este estado de excepción.
No somos los primeros ni
seremos los últimos que han sido víctimas de estos planes de dominación
internacional, algo para no olvidar cuando estemos en la ruta de la
recuperación y reconstrucción nacional.
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