Para ser lo más claro posible en mi argumentación, cuando me refiero al fascismo estoy señalando al chavismo-madurismo como su versión más fidedigna en nuestro país.
He publicado no menos de una veintena de artículos
explicando las similitudes y condiciones políticas que tanto el fascismo
clásico y el postmoderno tienen con referencia a la ideología de los
revolucionarios bolivarianos del siglo XXI; la correlación es innegable, ambos
tiene raíces izquierdistas, revolucionarias, autoritarias, militaristas,
estatistas y populistas, cultivan la imagen del hombre fuerte como líder del
movimiento y se creen dueños de la verdad, por lo que tratan de construir el
pensamiento único, que los distingue como fundamentalistas.
El discurso del odio fue una de las caracterizaciones que
los movimientos por los derechos civiles destacaron del análisis del discurso
en contra del racismo, en los tumultuosos años cincuenta y sesenta en los
estados del sur en EEUU, como parte de la secuela que provocó el movimiento
antiesclavista, luego fue denunciado durante el movimiento en contra del
apartheid en Suráfrica en los años ochenta del pasado siglo, y recientemente,
destacado como elemento de discriminación por el movimiento WOKE para hacer
prevalecer el movimiento igualitario de razas y género en la era “trumpista”.
Y fue a través del movimiento Black Lives Matters que, como
subproducto de esta lucha, principalmente en contra de la violencia
institucional (policial), y el sonado caso de una de sus víctimas que fue más
publicitado, como fue el de la muerte del ciudadano George Floyd en manos de
oficiales de la policía, que se desarrolló una extraña ideología que de manera
rápida contagió los espacios de la opinión pública y prácticamente se impuso en
los medios y redes sociales como la manera correcta de decir las cosas, o sea,
una política de censura y autocensura que ha prevalecido desde entonces.
Todos estos escenarios estaban claramente liderados, patrocinados
y manipulados por los movimientos de izquierda con la intensión de hacer
prevalecer y dominar situaciones sociales y políticas a favor de las llamadas
minorías oprimidas, haciéndolas ver como violentadas, abusadas y victimizadas
por la mayoría dominante, con el solo propósito de contar con instrumentos de
poder para imponer sus ideas y representantes.
El recurso de manipular a la moral pública ejercida por
medio de la opinión, y que generaba una actitud militante con resultados
específicos como eran cancelar, neutralizar, eyectar a quienes se atrevían a
criticar al movimiento antirracista empezó a distinguirse culturalmente como un
nuevo discurso del odio
El discurso del odio, que sí existe, y que trae resultados
de violencia y desestabilización graves como el caso de los Tutsi y Hutus en
Ruanda, es el que se utiliza hoy en día en contra de los emigrantes, de las
personas que son “diferentes” por su cultura, lenguaje, color de piel,
necesidades y que de alguna u otra forma son utilizados como chivos expiatorios
para una gran cantidad de problemas políticos y sociales, desde crisis
económicas hasta conflictos de identidad y religiosos.
Son esas narrativas que los gobiernos extremistas construyen
en contra de enemigos imaginarios para tener controlada a la población a través
del miedo, para desplazar las responsabilidades de quienes son los verdaderos
culpables de las crisis y vacíos en la gobernabilidad, de quienes quieren
ocultar crímenes y distraen a la gente ignorante con amenazas y culpables de
sus problemas.
El discurso del odio hace ya tiempo dejó de ser
exclusivamente racista, ahora incluye otros malestares de la cultura, otros
sectores en crisis como el feminismo, los sin techo, el movimiento LGBT, los
pobres, el comercio informal, las personas de la tercera edad, incluso algunos
sectores del mundo académico, aunque lo más sorprendente es lo que está
ocurriendo en Venezuela donde un partido político en el poder, autoritario y
hegemónico, pretende hacerse pasar como víctima de quienes opinan al contrario
de sus imposiciones.
El problema del discurso del odio ha llegado a extremos en
donde los mismos gobiernos, sus principales funcionarios y representantes se
victimizan ante el propio pueblo, exigiendo respeto, mayor cuota de poder y
justicia. Una situación absurda viniendo de quienes sustentan el poder y
quienes deberían brindar soluciones y estabilidad en el orden social, se hacen
pasar como si fueran la parte más débil en un enfrentamiento para poder así
abusar y extralimitarse en el ejercicio del poder policial y judicial.
Este giro lingüístico o desconstrucción del lenguaje tiene
su origen en el pensamiento comunista revolucionario, el maoísmo y el
trotskismo identificaban en las sociedades a estos grupos débiles y ofuscados
por condiciones negativas y les daban visibilidad y organización, los
movilizaban, los financiaban y les daban tareas políticas para ganar acceso no
solo a os medios de comunicación y a grandes actos populares, sino al mismo
poder político, apoyando candidatos y partidos con el propósito de acceder al
poder y cambiar el marco legal que les permitiría cambiar su destino.
De esta manera es que las minorías militantes, los
movimientos radicales han conseguido infiltrarse en la academia, en las
universidades y escuelas para conseguir “cupos” para los suyos, cambio curricular
para introducir sus ideas extremistas como expresión de una justicia social
decadente, han logrado nombrar presidentes de instituciones sin reparar en sus
méritos, censurar libros e ideas, purgar profesores y aplanar el mundo de las
ideas. Es por esto que ya no extraña que en universidades norteamericanas
grupos extremistas como el Hamas tengan mayor figuración mediática que los
grupos israelíes que son antiguos aliados.
Los discursos del odio fueron identificados y purgados de su
efectividad, organizaciones multilaterales como la ONU y la Corte Penal
Internacional estaban atentas a la aparición de estos discursos desestabilizadores
de la paz social, condenándolos como recursos
retóricos, pidiendo justicia en aras de una supuesta igualdad, pero de
pronto, con la influencia del fake news,
de las campañas de desinformación, con el resurgimiento de los operativos de
control psicológico por parte de los gobiernos fascistas, y con el interés del
socialismo internacional en dividir a la sociedad en tantos sectores como le
permitieran los intereses de las minorías, el discurso del odio tomó un nuevo
respiro, esta vez como arma en contra del pensamiento y la práctica
democrática.
Para los gobiernos de corte fascistas, las críticas y
protestas en contra de acciones y políticas de estado se convirtieron en
discursos del odio, amparados por la legislación internacional que pretende
limitar este tipo de narrativa, haciéndola ilegal y sujeta a criminalización;
pretenden los partidos únicos y los políticos de garrote, imponer sus
voluntades sobre la mayoría de los ciudadanos, criminalizando la opinión que no
esté de acuerdo a sus intereses como discursos de odio, asediando y mutilando a
las organizaciones no gubernamentales que no se alineen a su ideología y
pretensiones hegemónicas.
El caso es, que esta pretendida conversión de la expresión
opositora política en un discurso de odio, pareciera ser una vía expresa al
control del pensamiento, en el caso del chavismo-madurismo en Venezuela, no les
bastó con llevar a la quiebra y al cierre de los más importantes medios de
periodismo impreso, donde se agrupaba un importante sector del pensamiento
crítico y democrático, no se sintieron seguros con acaparar para los
revolucionarios las principales televisoras y radios del país, están ahora
atacando en su base expresiva a las redes sociales y sitios libres en internet,
aplicándoles el juicio inapelable y condenatorio de “discurso de odio”,
mientras ellos, que tienen todo el poder y la facultad de juzgar y condenar a
los ciudadanos por utilizar sus teléfonos celulares captando a funcionarios
cometiendo felonías, o persiguiendo a humoristas, censurando programas,
cerrando estaciones de radio, o simplemente sacando de la parrilla de
transmisión a programas que se atreven a
criticar al gobierno.
Recientemente se aplicaron medidas restrictivas en contra de
familiares y personas defensoras de los derechos humanos, por criticar el
estado de los centros de reclusión políticos que tienen una pésima fama de ser
lugares pestilentes e inhumanos, donde el trato que se les da a los prisioneros
de consciencia y opositores políticos, es uno de degradación y oprobio, el
argumento que esgrimieron es que sus opiniones eran discursos de odio.
Para lograr este silencio, se valen de fiscales, jueces e
instituciones reguladoras que alegan el discurso del odio en contra del mismo
gobierno y sus funcionarios, tratando de crear un clima de temor, de
autocensura, mientras ellos se dan el gusto de atacar sin con toda la saña a
sus contendores en una lucha muy dispareja. El chavismo ha llegado incluso a la
osadía de reclamar mayores espacios de opinión para su ideario progresista, no
les basta el haber confiscado los medios de opinión masivos, quieren ahora que
las redes sociales les brinden sus espacios para transmitir su agenda
totalitaria.
En medio de una campaña electoral, el principal promotor de
esta nueva arma en contra de la libertad del pensamiento, el Sr. Diosdado
Cabello, no se amilana en convertirse en el nuevo Torquemada de la inquisición
roja rojita, y agrede a diestra y siniestra contra la oposición política
venezolana con pogromos que nada tienen que envidiarle a los tiempos de la
dictadura de Stalin en la Rusia de principio del siglo pasado.
El chavismo-madurismo, uno de los regímenes que más ha
violado los derechos humanos en el mundo, tiene ahora un nuevo pendón que
enarbola sin vergüenza, el discurso del odio, y de parte de un movimiento
político que ha hecho del odio social, su especialidad.
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