El tema que vamos a tratar es delicado, la mayor parte de
los colaboracionistas creen que están haciendo un bien, que lo que hacen, que
es traicionar a su país y colaborar para que un gobierno opresor y criminal
haga su trabajo, se lo debemos agradecer el resto de los ciudadanos que no
hacemos nada; piensan que son personas proactivas y que sirviéndole a la
tiranía están haciendo patria, o que por lo menos impiden que todo se pierda.
Los encontramos en todos lados y a todo nivel, desde simples
oficinistas en los ministerios, hasta importantes empresarios, renombrados
políticos que se llenan la boca con un discurso progresista, hasta de militares
que juran estar cumpliendo con la Constitución y defendiendo a la patria, y la
cosa pasa por artistas, influencers,
periodistas, atletas, músicos, órdenes religiosas, rectores de universidades y
personas comunes, con familias, que se levantan muy temprano para bregar por el
sustento diario.
Ser un colaboracionista significa aportar conscientemente
algo al esquema de gobierno y sujeción que explota, domina y pervierte a la
nación entera, en provecho de un pequeño grupo de dirigentes o jefes que
necesitan tener bajo control a toda la población de un país, y lo hacen
utilizando la fuerza, el miedo, la propaganda y otros medios de persuasión,
algunos coactivos, a manera de premios o, simplemente, concediendo los medios
de satisfacer necesidades básicas de vida.
Dentro de un sistema totalitario implantado y con un estado
controlador en funciones, es muy difícil no ser colaboracionista; cuando los
medios de vida dependen del estado, esa vida se torna en esclavitud y
obediencia, todo lo contrario a una democracia, donde las personas viven en
libertad y sobreviven y triunfan gracias a su propio esfuerzo e inventiva en un
mundo de oportunidades. Eso es todo lo contario a vivir sujetos a cartillas de
racionamiento, bolsas CLAP, bonos, cupos para la gasolina, planes colectivos de
empleo y vacaciones, tarjetas bancarias que llenan cada mes si has sido un buen
cooperante.
Pero usé la palabra “conscientemente” para diferenciar a las
personas que no tienen idea de su propia dependencia al amo, personas de poca
educación que nacen y mueren sujetas a un régimen en una total necesidad de ser
mantenidas, que no tienen las luces ni la voluntad de renunciar a las cadenas
que las sujetan, a esos “regalos” del estado benefactor, obligados a hacer la
voluntad de los jefes, a marchar cuando ellos lo ordenen, a gritar su amor por
la patria (porque se asocia gobierno con patria) que los sostiene e, incluso, a
dar la vida por ellos.
Aquellos que sí saben lo que hacen, que tuvieron la suerte o
lograron con mucho sacrificio una educación y que se dan cuenta de cómo
funciona el mundo, se convierten en cooperantes ante un régimen totalitario y
violento, que sabe cómo utilizar el garrote y la zanahoria para conducir a sus
rebaños, y lo hacen a voluntad, racionalizando la situación, buscando las
excusas adecuadas para hacerse parte de la situación. Así se convierten en los
perfectos colaboracionistas, aquellos que tienen las razones, incluso
humanitarias y llenas de “buena voluntad” (Ya dijo Samuel Johnson que “el
camino del infierno está empedrado de buenas intenciones”)… Ésas son las
personas que de un momento a otro se enriquecen, ocupan importantes cargos, sus
empresas se destacan entre otras, pues son favoritas del gobierno, sus personas
se convierten en ejemplo de buenos ciudadanos y exitosos hombres de empresas,
sus fotos e historias aparecen en todos los medios que apoyan al régimen, son
los perennes invitados a los programas de opinión y dictan pautas del buen
vivir.
La naturaleza humana es una compleja amalgama de virtudes y
pecados, de tendencias a hacer el bien y un irresistible atractivo hacia lo
prohibido y lo oscuro; el hombre puede en determinado momento estar arrebatado
por los más sublimes sentimientos y propósitos, y caer al próximo minuto en los
charcos más inmundos del comportamiento animal, lo único que nos da un rumbo
ante las contradicciones de la vida son los principios, la ética o, como dijo
Sócrates, vivir la vida en constante revisión, conocerte a ti mismo, porque si
se los dejas a los demás, te convertirás en una marioneta, en el oscuro objeto
de placer del otro.
No hay ninguna duda de que hay un poderoso atractivo en
tener fortuna, en disfrutar una vida llena de placeres y rodearse de
comodidades… siempre y cuando ésta sea legítima, bien avenida, producto del
esfuerzo y el ingenio propio; pero si resultare ésta una consecuencia de
hacerle daño a mi prójimo, de abusar de mi vecino, o de debilitar y embrutecer
a los demás, entonces hay un problema grave, porque no importa cuántas veces
repita que lo hice por el bien común, que si no lo hubiera hecho hubiéramos
perdido al país, o los negocios, o los espacios… cuando un colaboracionista
empieza a disculparse, termina pidiendo, por lo general, que le demos las
gracias por lo que hizo o dejó de hacer.
Debemos hacer la obligada mención de que, en el caso
venezolano, la prevalencia del régimen chavista-madurista es posible gracias al
decidido apoyo e intervencionismo del gobierno cubano, quien tiene el know how de como funciona el esquema
totalitario y la estructura para sostenerlo, de modo que quienes actúan
directamente, como parte del PSUV, de las Fuerzas Armadas al servicio de esta
ignominia y los colaboracionistas, están todos incursos en el delito de
traición a la patria. No hay perdón para quienes se plegaron a un presidente
extranjero, indocumentado y agente fiel al castrocomunismo habanero.
El colaboracionista
se deja utilizar por la estructura política del régimen, a diferencia del
creyente o militante del gobierno opresor, que lo hace por voluntad propia y es
parte del aparato explotador del país; el colaboracionista se pone a disposición
de los jefes del oprobio a cambio de negocios, poder, imagen (fama), favores,
ascensos… y como colaboracionistas que son deben contribuir a crear la ilusión
en la gente de que todo marcha normalmente, que no hay nada de qué preocuparse,
que la pérdida de derechos y libertades es necesaria para el avance del país y
que en algún momento todos seremos más felices. Es como si el futuro fuera para
nosotros cuando el presente es de ellos.
El colaboracionista es el rostro satisfecho de la sociedad
bajo las circunstancias de una tiranía, es el ejemplo de que si no te metes en
problemas con el sistema puedes llevar una vida exitosa y tranquila, es el
ejemplo que utilizan los gobiernos autoritarios e invasores para demostrar que
resistir es una quimera. El colaboracionismo es parte de un inmenso engranaje
cuya función justifica el estado de cosas anormales y extraordinarias que
suceden, apacigua a los críticos, cancela las oposiciones, reconduce los
descontentos.
El investigador español David Alegre Lorenz, en su muy bien
documentado libro Colaboracionistas,
Europa Occidental y el Nuevo Orden Nazi (2022), nos explica:
En casi todos los casos, la decisión de cooperar con el ocupante tuvo
mucho que ver con un cálculo racional de costes y beneficios repetidos en infinidad
de circunstancias por individuos de todas las escalas sociales, y que por tanto
partían de situaciones muy diversas. Unas veces se explicaría por el deseo de
mantener activos sus negocios y sus actividades económicas, en tanto que fuente
personal de ingresos y riqueza, caso de industriales y capitalistas de todo el
continente, o incluso por el deseo de evitar males mayores al propio país, caso
de ciertas élites tradicionales, convencidos de que cooperar era la mejor
garantía para evitar que los alemanes tomaran todo el control. También hubo,
dentro de la derecha contrarrevolucionaria en general, quienes vieron una oportunidad
histórica irrepetible para ganar posiciones de poder e influencia sin precedentes,
al tiempo que desplegaban sus propias agendas políticas a la sombra de las
potencias agresoras
En este sentido, encontramos
en nuestro propio patio partidos políticos y candidatos que se han prestado al
juego del gobierno opresor, empresas y empresarios que le han allanado el
camino a la propaganda del régimen. Organizaciones
y directivos, sobre todo en el campo de las comunicaciones y el entretenimiento,
que fueron cómplices de tapar los crímenes de estado al momento que ocurrían,
que dejaron al pueblo sin información veraz y oportuna que hubiera evitado
víctimas y mayor represión.
La resistencia es el camino
natural a seguir cuando un pueblo ve sus derechos elementales conculcados por
autoridades espurias; las protestas, las críticas, la denuncia, la
movilización, son expresiones legítimas de acción ciudadana en democracia, las
imposiciones de funcionarios extranjeros y abusadores de oficio están
absolutamente fuera de lugar en un estado de derecho, y es terrible descubrir
que quienes deberían llevar la voz cantante contra estas violaciones, están
comprometidos con el régimen y silencian la situación, porque son
colaboracionistas.
Castigar y luchar contra el
colaboracionismo es un deber; proscribir y señalar a quienes han participado en
que se redujera nuestra condición humana, es un trabajo necesario que redundará
en desterrar una práctica dañina y peligrosa para nuestra sobrevivencia como
sociedad.
Creo necesario y oportuno
iniciar una discusión pública sobre lo que el país ha sufrido y porqué;
silenciarlo, acomodarlo a intereses bastardos es cuchillo para nuestra propia
garganta y garantía de que la semilla del colaboracionismo sigue viva y
amenazante. No es odio lo que estoy proponiendo, el odio desgasta y es
negativo, pero debemos poner el foco en este problema para que en el futuro los
venezolanos de personalidad débil y poco formada no caigan en estos modelos de
comportamiento. Alegre Lorenz en su libro sobre aquellos años horrorosos del
dominio nazi sobre Europa, nos recuerda una verdad del tamaño de una catedral:
De hecho, la mayoría de los que optaron por alinearse con el ocupante
hubieron de ser consecuentes con su decisión hasta el final, porque pronto se
puso de manifiesto que a ojos de sus convecinos se habían convertido en
traidores. Esto comprometió la integridad de familias enteras, marcadas por el
colaboracionismo de uno o varios de sus miembros, sobre todo cuando los
movimientos de la resistencia ganaron en osadía y determinación, haciendo de
los fascistas autóctonos y de sus simpatizantes el objetivo preferente de sus
violencias. Por mucho que fueran sus aliados, las autoridades alemanas pusieron
en situaciones muy comprometidas a los colaboracionistas: nunca contaron con
ellos para diseñar las políticas de ocupación; no dudaron en utilizarlos como
ejecutores y facilitadores de cara a promover y defender los intereses del
Reich allá donde resultaran útiles; los abandonaron sin dudarlo cuando no
entraban dentro de sus cálculos, lo cual servía de paso para poner de
manifiesto su dependencia; y, por supuesto, fomentaron las divisiones en el
seno de sus organizaciones con el único fin de reforzar la posición dominante
de Alemania. Para legitimar este proceder, las autoridades del Reich invocaron
el derecho de conquista y su supuesta superioridad racial-cultural sobre las
sociedades sometidas. Es más, muy a menudo los nuevos amos del continente
forzaron a sus aliados a adoptar discursos y políticas que socavaban su propia
credibilidad o que iban en contra de los principios que habían predicado en el
periodo de preguerra, situaciones que estos últimos acataban por convicción,
por falta de alternativas o con la esperanza de que la obediencia y la sumisión
acabaran siendo premiadas con el poder en sus países.
No hay comentarios:
Publicar un comentario