El postmodernismo, sin duda alguna, está introduciendo
variaciones importantes tanto en como entendemos la naturaleza humana, como en
la manera en que funciona el entorno (el mundo) que una vez llamáramos
civilización; en términos ontológicos, estaríamos ante nueva manifestación del
ser como existencia y como esencia.
La relatividad y la aceleración de los cambios culturales,
muchos de ellos inducidos y con una planificación política que los impulsa, se
están imponiendo, aprovechando una debilidad estructural de las sociedades
abiertas, y esa debilidad consiste en la coexistencia de ideas, en la discusión
y estudio de aún aquellas ideas que atentan contra la misma existencia de las
sociedades abiertas.
Quienes estudiamos el concepto de democracia, sabemos que
estamos manejando incluso su cancelación, la democracia es un ideal que
contiene el germen de su propia destrucción; si la educación y las normas no
alertan sobre estos peligros, lo más probable es que las democracias se pierdan
o degeneren el algo que no pasa de ser una caricatura.
Estos ajustes hacia la globalización, la unión de los
grandes mercados y los actuales intentos de crear los espacios políticos de una
mancomunidad de intereses estatales, han cambiado la manera en que vemos al
mundo, las otras culturas, razas y creencias, algunas han sido exitosas, otras
han creado enfrentamientos y conflictos sin resolución hasta el momento.
En este contexto de experimentaciones y acomodos, vemos a
grupos criminales haciendo asociaciones con el terrorismo, el narcotráfico y
tomando un disfraz socialista, pero de un socialismo radical con muchas notas
de populismo y fascismo; el resultado final viene en forma de partidos de
izquierda con vocación hegemónica que, una vez en el poder, practican una
gobernabilidad basada en el autoritarismo y con el tiempo se transforma en
totalitarismo.
En el cercano y extremo oriente, así como en algunos países
de Eurasia, no es extraño encontrar grupos fundamentalistas islámicos, o
gobiernos marxistas de corte maoísta, imponiendo sus recetas ultranacionalistas
y haciendo frente común con otros partidos políticos y gobiernos del área
contra enemigos regionales, usualmente vecinos.
Uno de los ingredientes comunes de estos gobiernos
“populares” es el nacionalismo y, con éste, la prevalencia de su cultura con
características dominantes sobre todas las demás, lo que implica persecuciones
y exterminios de etnias que no se conforman al patrón de dominio o, simplemente,
los subyugan hasta hacerlos comunidades y ciudadanos de segunda bajo regímenes
especiales, que funcionan como campos de concentración.
Pero esta nueva forma de dominio no sucede de manera
espontánea, estos grupos que antes eran señores de la guerra, o carteles de
drogas, o guerrillas de liberación, o facciones religiosas extremistas, tienen
un discurso planteado en los nuevos términos del postmodernismo, que implica un
mundo multipolar, tesis anticolonialistas, movimientos revolucionarios,
creencias arcaicas revividas; se trata de estilos de vida y de gobiernos que
creen, y así lo predican al mundo, que tienen el derecho de un lugar bajo el
sol, tanto derecho como lo tendría la tradición democrática occidental, la
civilización cristiana o las creencias de la ortodoxia del pueblo de Abraham.
Y allí encontramos lo viejo confundido con lo nuevo, la
cultura ancestral de los pueblos eslavos, la milenaria cultura china, los
Talibanes, la facción del Hamas en la lucha por la independencia de Palestina,
los monjes budistas tibetanos, el novísimo socialismo bolivariano, apéndice del
castrocomunismo, los grupos Tutsi en Ruanda, las tribus Huties en el Yemen, los
cocaleros en Bolivia, los grupos neonazis en Alemania, los Panteras Negras en
USA, los zapatistas en México… la lista es larga, muchos son minorías con la
ambición de mando en sus países, otros ya tienen representantes en los
parlamentos, y otros, ya son gobierno.
Ninguno de estos grupos tendría la menor oportunidad de
éxito político, excepto por la vía de la violencia y las armas, si no contaran
con un importante apoyo entre países aliados, organizaciones multilaterales,
frentes políticos, grupos financieros e iglesias que se encargan no sólo de
promocionarlos, sino de darles financiamiento y apoyo logístico para alcanzar
sus metas.
Estos grupos y gobiernos son los que algunos socialistas llaman
“rebeldes”, que no encajan dentro de los patrones de la normalidad occidental,
y están en la búsqueda de nuevos esquemas y formas novísimas de relaciones
entre el estado y sus ciudadanos, que para ellos son tan necesarios como la
existencia de aquellos sistemas ya probados y con lustros de experiencia.
Bajo la tesis de la libre determinación de los pueblos, del
respeto hacia las culturas, la relatividad de los “modus vivendi”, la superioridad moral de la “soberanía” sobre otros
aspectos de las relaciones internacionales, como podría serlo: la convivencia e
intercambios pacíficos entre las naciones, el libre tránsito de personas y
mercancías por las rutas comerciales, el respeto a la persona humana sin
importar su sexo o nacionalidad, debido a esta inversión de valores,
anteponiendo lo político a lo humano, resultan estos exabruptos y experimentos
sociales como los de un sindicato del crimen en poder de una nación y haciendo
lo que le viene en gana en contra de la espabilidad regional y la dignidad
humana.
El que países con un lamentable prontuario en el tema de las
violaciones a los derechos humanos, como serían Cuba y Venezuela, hayan
alcanzado en la ONU asientos en las directivas de estas importantes instancias
como directores, habla de una falla estructural y de principios que hace
imposible que un tema tan sensible como lo es la defensa de los derechos
humanos esté, precisamente, en manos de sus primeros violadores e interesados
en la impunidad de sus acciones.
Ya parece no importar de dónde vienen estos movimientos
políticos que tienen entre sus objetivos, muchos de ellos, por ejemplo, en la
derrota y el hundimiento de occidente frente al avance casi indetenible del
islamismo en Europa, o la extinción de la democracia en América, o la
cancelación de la familia como núcleo de la sociedad moderna; pareciera que, en
nombre de la globalización y un muy mal entendido concepto del ser ecuménico,
se están aceptando regímenes y amenazas de terrorismo a diestra y siniestra,
como si esto fuera la “normalidad” del trato entre naciones.
No pasa un solo día sin que alguien emita una advertencia
para el uso de armas de destrucción masiva contra sus enemigos, o algún canalla
se robe las elecciones en un país y se declare ganador ante la indignación de
un pueblo que decidió terminar con su mandato. No es extraño que las guerras se
expandan entre los países, y pueblos que se declaraban neutros estén enviando
armas y tropas a lejanas trincheras, o se prueben armas y tácticas cada vez más
mortíferas, o se apedree a mujeres porque osaron reclamar sus derechos, o
veamos en televisión como policías blancos asfixien a un detenido negro
indefenso, eso ante la vista de todos.
La gente huye de sus hogares ante la brutal represión, y en
los países que los reciben son tratados como parias y acusados de ser la causa
de sus propios problemas. Escuchamos también con estupor como mandatarios
acusan a otros pueblos de ser los culpables de crímenes ocurridos 500 años
atrás y los ofenden para ganar popularidad entre los suyos. Al panorama se suma
un pontífice de una iglesia proclamar su ignorancia ante las injusticias que él
mismo es incapaz de reconocer luego de años de silencio, mientras sus clérigos
violaban a jóvenes en sus iglesias.
Es un mundo al revés, y todo parece tener su causa en la
incapacidad para actuar y reconocer las injusticias, nadie quiere meterse en
los asuntos del vecino, aun cuando los gritos y disparos lleguen a su hogar;
todo se resuelve en comunicados conjuntos, en sendas declaraciones de
principios… Este tipo de clima y actitudes favorecen y hacen más agresivos a
quienes creen tener la razón con juicios equivocados, sienten que si nadie los
detiene es porque ellos tienen el poder y con ello la verdad, y cuando tocan a
nuestra puerta ya es demasiado tarde.
Hemos visto en Europa como su más alta autoridad en asuntos
internacionales, prefiere darle más importancia a las formas que a los hechos,
como sucedió cuando un gobierno forajido, simplemente decidió ocultar los
resultados de unas elecciones porque las había perdido, no contento con esto,
se declara ganador sin enseñar los resultados de los comicios y contra toda
evidencia de su derrota, el alto funcionario del primer mundo prefiere declarar
que para efectos prácticos y legales, esas elecciones nunca existieron pues no
hay resultados verificables, ignorando las pruebas presentadas por la oposición
quienes tenían copias de las actas de la votación que les correspondían por
ley, antes de que el gobierno cerrara a cal y canto el organismo electoral y
desapareciera las evidencias.
El mundo está patas arriba, porque hay demasiados
conformistas, cobardes, y gente que se acomoda a la situación; si les quitan
espacio se hacen más chiquitos, si les roban la luz se alegran de verla desde
lejos, si les quitan la comida hacen dieta, si los amenazan sólo sonríen y
piden disculpas… y los que pueden devolver el golpe, los que tienen como vencerlos,
guardan sus fuerzas para un mejor momento, o bajo la asunción de que ése no es
su problema miran para el otro lado.
Porque si alguien se atreve a confrontarlos, si el instinto
de sobrevivencia es mayor que los motivos del agresor y el que iba a ser
víctima responde neutralizando la amenaza, entonces se disparan los carteles
socialistas mundiales para victimizar a sus agremiados y acusar a los
atacantes, aduciendo que todos tenemos un lugar bajo el sol y podemos convivir,
porque en un mundo globalizado, se supone, todos podemos vivir en armonía, como
dicen sus apologetas.
Hay límites que se están violando, hay discursos que ya no
funcionan, hay momentos en que sólo actuando se alcanza el equilibrio; en este mundo de apetencias sin límites, de
deseos desbocados y fantasías milenarias, tener capacidad de respuesta es la diferencia
entre la vida y la muerte, entre la libertad y la esclavitud. Solo baste mirar
lo que está sucediendo con la migración islámica en países cristianos como el
Líbano, o lo que está sucediendo en las principales capitales europeas con una
marea de inmigrantes sin control y sin ánimos de integrarse con las sociedades
que los acogen.
El cosmopolitismo y la buena voluntad tienen sus límites, la
estabilidad y las buenas relaciones son fundamentales para mantener al mundo en
equilibrio, la justicia internacional debe ser oportuna y respaldada por una
fuerza de intervención capaz de anular la resistencia de regímenes y
mandatarios, que creen que el mundo les pertenece, y pueden hacer lo que
quieran sin ningún tipo de repercusiones para sus atávicos deseos de grandeza,
en estos tiempos de conflictos y de dolores de parto de un nuevo orden mundial,
la tolerancia sin medida es un error.
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