martes, 4 de agosto de 2015

El hombre de Ceilán


 En el prólogo de su novela 2001, Odisea Espacial, escribió Arthur C. Clarke: “Detrás de cada hombre vivo hoy, hay treinta fantasmas, esa es la proporción por la que los muertos superan a los vivos. Desde el amanecer de los tiempos, aproximadamente cien billones de seres humanos han caminado sobre la tierra… Ese es un número interesante, que por una curiosa coincidencia son cien billones de estrellas aproximadamente las que se calculan en nuestro universo local, La Vía Láctea. De modo que por cada hombre que ha vivido, en esta galaxia, una estrella brilla”.
Todavía lo recuerdo como si fuera ayer, tenía 12 años, mi aproximación más cercana a la ciencia ficción era Julio Verne y una noche leí un cuento de un señor Clark, con un título muy sugestivo: Los nueve billones de nombres de Dios, me lo leí muy despacio, disfrutando cada oración, cuando terminé estaba sobrecogido por el asombro y el terror; me acerqué a una ventana para cerciorarme de que las estrellas en el firmamento no se estaban apagando, que los monjes tibetanos no habían iniciado su operación contable de los nombres de Dios; con aquella noche en vela me inicié en la obra de Arthur C. Clarke.
Igual fue el impacto que me causó la película que realizó Stanley Kubrik sobre su guión, 2001 Odisea del Espacio, se encendieron las luces del teatro, salió la gente y me quedé en mi asiento todavía asombrado por las implicaciones de lo que había visto en la pantalla.
Clarke y Kubrik
Arthur C. Clarke (N.1917, M. 2008) vivió 50 años de su vida en Sri Lanka (antes Ceilán) en una casa muy bonita en Colombo, donde atendió periodistas e investigadores, ocupado con su escuela de buceo (que casi fue destruida por el terrible Tsunami del 2004, era un submarinista experto), tocando órgano (que aprendió a los 80 años) y observando las estrellas desde su observatorio particular.
Clarke fue un investigador de los océanos y sus exploraciones submarinas le valieron descubrir en 1961 las ruinas sumergidas del templo de Koneswaran, junto a su amigo el camarógrafo submarinista MikeWilson, encontraron en la barrera de coral el tesoro del emperador mugal, Aurangzeb con gran cantidad de rupias de plata, cañones y otros artefactos.
Desde allí se ocupó de atender la fundación que lleva su nombre y se desempeñaba en el avance de las ciencias, financió centros de investigación y escuelas científicas en Sri Lanka, sostuvo planes de becas y cátedras en la universidad de ese país, escribió sus 90 y tantos libros, novelas, ensayos y cientos de artículos para diversas publicaciones, hasta hace muy poco formaba parte de jurados internacionales para premios de ciencia ficción, con lo que anualmente tenía que leer montañas de libros; rodeado de lo último en tecnología de comunicaciones y computación (un tecno-oasis, como lo llama la revista WIRED), se mantenía en contacto con el resto del mundo.
Murió de una enfermedad degenerativa (síndrome post-polio) a los 90 años, su poder mental se vio seriamente afectado, le costaba respirar, tenía que dormir 15 horas diarias y rara vez salía de su hogar; quienes lo visitaron y compartieron sus momentos de lucidez los embargaba la sensación de que esa mente brillante, se prepara para su último y más grandioso viaje, hacia el espacio infinito que tanto amó, pero a pesar de estas limitaciones estuvo trabajando hasta sus últimos días dándole los toques finales a su novela póstuma, El Último Teorema, escrita a dos manos con su amigo y autor de ciencia ficción Frederick Pohl.
La fama le sonrió desde muy temprano, recién salido de la RAF (Fuerza Aérea Inglesa) donde se desempeñó manejando la nueva tecnología de radares, escribió un papel de trabajo (1945) sobre la posibilidad de comunicación por satélites, su descripción de la transmisión entre satélites en órbita geosincronizada (exactamente a 35.786 km., de la tierra donde el satélite girará con la tierra sobre un mismo punto) fue tan detallada que se le menciona como uno de los padres de la globalización, en su honor, la órbita de los satélites se le denominó “órbita Clark”, (era de la opinión que todo el dinero invertido en la exploración espacial se ha recuperado, hasta el último centavo, con el uso de los satélites para comunicaciones y para monitorear el clima).
Obtuvo sus títulos de matemático y físico y se fue a Ceilán, huyéndole a la intolerancia de Inglaterra hacia la homosexualidad que había asumido como parte de su personalidad.
Desde ese momento no paró en escribir libros sobre ciencias, especialmente sobre viajes espaciales y la exploración planetaria, uno de sus primeros cuentos de ciencia ficción El centinela, escrito en 1948, sirvió de base para la película 2001 Odisea del Espacio, fue algo bien particular, pues la película y la novela se hicieron simultáneamente con base en el cuento, de allí la discusión de cuanto fue la contribución de Clark en la película y cuanto la de Kubrik en la novela; la cinta se estrenó en 1968 y la novela no se había terminado. El asunto es, que de esa contribución nació uno de los personajes más inolvidables del género, la computadora HAL.
Clark convirtió la Odisea Espacial en una serie de exitosas novelas: 2001, 2010 (de la que también se hizo una película), 2061 y 3001, La Odisea Final, publicada en 1997. A mí personalmente me gustan dos de sus novelas: El final de la infancia y Rendezvous con Rama donde podemos apreciar a un Clark místico y preocupado por el tema religioso.
Por su naturaleza científica, fue un hombre escéptico, no creía en vida después de la muerte pero sí creía en que el hombre, algún día, derrotaría a la muerte al poder transferir su mente a un mecanismo cyborg, creía que uno de los grandes errores de la humanidad era permitir a las religiones tomar el control de nuestra moral, y bromeaba diciendo: “Yo no creo en Dios, pero estoy muy interesado en ella”.
Interpretación artística de la situación actual de satélites funcionando o no en órbita
Uno de los atributos más admirados de Clark era su capacidad de visionario del futuro, en su libro Perfiles del futuro (1962) ya entreveía la posibilidad de la fusión nuclear en frío, de catalizadores que permitirían desencadenar  una reacción nuclear a temperaturas y presiones menores que las que eran necesarias en su tiempo (todavía hoy esta tecnología se encuentra en etapa experimental), predijo hace más de 20 años, que para el 2005, podríamos hacer compras y manejar nuestras cuentas bancarias desde la casa, por medio de las computadoras, que la humanidad dispondría de una librería global y virtual, de periódicos digitales que coinciden con la apreciación de Bill Gates, quién nos asegura que, a partir de ahora, toda lectura se hará en la red cibernética y por medio de nuevos adminículos tecnológicos como los “newspads”, los “Kindle” y los “I-pods” que ya estamos usando.
Una de sus visiones preferidas y por la cual, asegura, será recordado aún más que por los satélites de comunicaciones, es el elevador espacial, que desarrolló como idea en su novela de 1979 Las Fuentes del Paraíso, la tecnología que describía en su novela sólo se hizo posible en los últimos tres años con el desarrollo de los nanotubos de carbono y los nuevos “composites” (materiales sintéticos) que hacen posible la construcción de unas plataformas eléctricas que subirán desde el océano en el Ecuador, por medio de una “trenza” de 100.000 Km de largo hasta las estaciones espaciales, reduciendo el costo de la carga de 25.000,oo US$ el kilo, lo que cuesta subirla hoy en día por medio de los transbordadores espaciales, a 100,oo US$ el kilo utilizando el elevador espacial; tanto la NASA como el Laboratorio de Los Álamos han comprometido recursos para el proyecto.
Clark es piedra fundamental en la interesante historia de la ciencia ficción y éste, un pequeño tributo de un admirador a uno de los venerables abuelos de este género literario. - saulgodoy@gmail.com







No hay comentarios:

Publicar un comentario