lunes, 14 de octubre de 2019

Simone Weil, teóloga y mártir



Mi primer encuentro con Simone fue a través de ese magnífico ensayo suyo La Ilíada, o el poema de la fuerza (1939), era una helenista de primera línea y traducía a Homero del griego clásico, en lo cual era una experta, de hecho, mientras trabajaba en la fábrica de la Renault como obrera en las líneas de ensamblaje, durante la Segunda Guerra Mundial y antes de que los nazis invadiera su país, pensaba traducir varias tragedias griegas, poniéndolas en un lenguaje accesible a sus compañeros de trabajo para ilustrarlos sobre estas maravillosas piezas.
Me impresionaron no solo sus facultades como historiadora sino su sensibilidad como lectora de este gran poema, su visión sobre la violencia de la guerra y la brutalidad en el campo de batalla descrito por el bardo invidente.
La escena de la muerte de Héctor es impresionante, es un momento complejo que combina magistralmente la escena en que la esposa del domador de caballos, le prepara el baño para que limpie la mugre del campo de batalla y se relaje en el agua caliente luego del día peleando, sin percatarse que en ese exacto momento, su hombre estaba siendo cruelmente eliminado por el terrible Aquiles sin ninguna contemplación.

En la casa ella ordenaba a sus sirvientas de hermosos cabellos poner cerca del fuego un gran trípode, a fin de que hubiera para Héctor un baño caliente al retornar del combate. ¡Ingenua! No sabía que muy lejos de los baños calientes el brazo de Aquiles lo había sometido, a causa de Atenas la de los ojos verdes.

                                                                 *

… abandona la lanza y cae sentado, las manos tendidas, las dos manos. Aquiles desenvaina su aguda espada, hiere en la clavícula, a lo largo del cuello; y toda entera hunde la espada de doble filo. Él cara al suelo yace extendido, y la negra sangre se escapa humedeciendo la tierra.

Dos instantes, muy diferentes, cada uno lleno de terrible belleza y que combinados producen el efecto de desazón y de furia implacable de lo que la muerte significa en el fragor de la batalla, no hay conmiseración ni respeto por los deseos de los vivos.
El ensayo, muy bien estructurado, nos habla de la fuerza como medio de la disolución de la humanidad, la violencia del soldado en el campo de batalla, que es la misma que sufre el torturado en una cárcel, del esclavo sometido por el amo, del funcionario déspota sobre el ciudadano inerme, Simone que era una pacifista a ultranza, se daba cuenta que el pacifismo nunca sería freno para la fuerza, sólo otra fuerza igual o superior podría servir de disuasión, y ella estaba dispuesta a darlo.
Me sorprende que esta delicada y frágil chica, una de las intelectuales más completas de su generación en Europa (que incluyen a mujeres como Simone de Beauvoir y Hannah Arendt), una santa y mártir a decir de la escritora norteamericana Susan Sontag, se hubiera preparado para ser una agente de inteligencia y guerrillera en contra de los ejércitos del Tercer Reich, tuvo hasta experiencia en combate durante la Guerra Civil española peleando con la columna  anarquista Durruti, pero Simone, lectora del formidable historiador griego Tucídedes sabía que la única forma de enfrentar un acto de fuerza era con otro acto de fuerza.
Simone Weil pudo viajar a Alemania justo antes de que Hitler llegara al poder, visitó sus fábricas y se mescló con sus obreros, fue a reuniones con los sindicatos comunistas y socialistas y se dio cuenta que no iban a poder frenar el avance de la fuerza del Nacional Socialismo, no tenían la menor oportunidad, en su mente analítica empezaron a figurarse los argumentos que justificarían una “guerra justa”.
Hay una terrible historia de esta aventura de Simone durante la guerra en España, tenía una pésima visión por lo que como francotiradora era terrible, sus compañeros le temían cuando tenía un arma en la mano pues no sabía hacia donde dispararía, y esta fue una de las razones por la que nunca tuvo la oportunidad de pelear con la resistencia francesa a pesar de que lo trató en varias ocasiones.
Pues un día, en el campamento, y debido a su pobre vista, se llevó por delante un caldero de agua hirviendo y tuvo quemaduras de consideración, sus padres tuvieron que viajar a España para buscarla, y ya en casa, a los pocos días en su convalecencia, se entera, que la mayor parte de su unidad había sido exterminada, incluyendo a todas las mujeres, y estamos hablando de una joven veinteañera, revolucionaria, profesora de filosofía y experta en textos antiguos religiosos.
Simone Weil (1909-1943), nació de una familia judía en París, su padre era médico y tenían suficientes medios para brindarle una educación de primera y reforzada con  preceptores privados, su hermano fue el gran matemático francés André Weil quien estaría asociado a la Universidad de Princeton, no era una familia particularmente religiosa más bien pasaban como agnósticos.
Simone fue una niña precoz políticamente, tenía apenas cinco años cuando estalló la Primera Guerra Mundial, su padre fue reclutado como médico de campaña y no regresó a su hogar sino varios años después, la Paris de su época estuvo muy marcada por el socialismo en medio de una ola de industrialismo en expansión, la revolución en Rusia era el suceso que marcaba los acontecimientos por lo que no era extraño que Simone se declarase bolchevique con tan sólo diez añitos.
Mucho más tarde conocería al propio Trotski y le ayudaría a conseguir, en un apartamento de su familia, un refugio para que el revolucionario ruso que fundara su Cuarta Internacional, su relación con este dirigente fue problemática por decir lo menos, ella lo cuestionaba y no dejaban de discutir, pero el efecto final fue el de una polinización mutua, ambos se nutrieron de las ideas del otro.
Simone estuvo muy al tanto de la ideología comunista, estudió la obra de Marx a fondo y le hizo una crítica nada despreciable, y aunque tenía una pasión por la justicia y la igualdad, y su trabajo tenía en la clase obrera su principal objetivo, no era una comunista, esto a pesar de que la señalaban como tal, organizaba protestas, marchas y huelgas pidiendo mejores condiciones en las fábricas, era una mujer sumamente compasiva con las desgracias del prójimo al punto que estaba dispuesta a darle su alimento y ayuda a quien lo necesitara; la invasión de Francia por los alemanes fue una experiencia devastadora para la muchacha, e hizo todo lo humanamente posible por liberarla.
Su temor hacia los totalitarismos le ayudó a reconocer tempranamente que la revolución comunista iba hacia la imposición de un estado policial, nunca se inscribió en el Partido Comunista y en los últimos años de su vida fue sumamente crítica hacia al aparato burocrático que se había impuesto en aquel experimento social.
Al respecto nos dice la profesora Dra. María Del Carmen Dolby Múgica Catedrática de Filosofía del I.E.S. Cantabria, en su artículo, Simone Weil y la crítica al marxismo a través de su concepción del trabajo (2002):

Fue capaz de señalar cómo en la U.R.S.S. de Stalin, no se había cumplido el sueño de Marx de instaurar un estado obrero, ni se había creado tampoco una sociedad capaz de liberar a la clase obrera. Al mismo tiempo, y con una gran lucidez, se dedicó a exponer el motivo de que tal utopía o proyecto político no se realizara y que no era otro que el de la aparición de una nueva clase social, la de los dirigentes, coordinadores, a los cuales se encuentran subordinados los obreros que como piezas de máquinas obedientes, cumplen ciegamente su función, incluso en un estado que se autodenomina socialista. Como consecuencia de este planteamiento, la opresión ya no derivaría sólo de la propiedad privada y de su enajenación sino principalmente de la incapacidad de los obreros para dirigir y ver el fin de sus propias tareas. En definitiva, la causa de la nueva situación de injusticia y padecimiento se encontraría en la separación entre trabajo intelectual, dirigente, y el trabajo manual, dirigido…

Claramente es lo mismo que ha sucedido en Venezuela con la instauración de la revolución socialista bolivariana, un fraude, ya que lo único que cambió fue la toma del poder por una clase nueva de burócratas mucho más primitivos y depredadores que la anterior élite política, al punto que han arruinado a la clase obrera sobre la cual se montaron en el poder.
En lo personal, lo que me atrae de la vida y obra de Simone Weil y la razón por la que me interesó su doctrina teológica, fue el giro místico-religioso que se dio en ella en los últimos seis años de su vida, fue su relación con el cristianismo y el estilo de vida que se impuso, una mezcla de ascetismo y de exigencia franciscana, que la llevaron a estados de arrebatos espirituales no muy comunes en mentes tan analíticas como la suya.
Fue una gran estudiosa de los principales textos budistas, hinduistas, de los misterios egipcios, de las arcaicas creencias griegas, de los antiguos textos precristianos, aprendió sanscrito para estudiar los Upanishads y el Bhagavad Gita, pero descartó el sincretismo, considerando a cada religión con unos valores y tradiciones propias que no debían ser mezcladas.
Simone se hizo cristiana aunque se negó a ser bautizada, habían ciertas cosas fuera de la Iglesia catolica que le eran preciadas y quería conservar su libertad de explorarlas, pero tuvo unos extraordinarios guías espirituales, el padre Perrin en Paris y frailes benedictinos en Marsella, donde tambien conoció al filósofo cristiano Gustave Thibon quien tuvo influencia sobre su pensamiento teológico.
Simone Weil está considerada como una de las precursoras de la defensa y promoción de los Derechos Humanos, hay una serie de razonamientos profundos que hizo sobra la naturaleza del mal, los castigos y el perdón, encuentro particularmente útil a la situación venezolana uno de sus pensamientos que dice como sigue:

Los que se han hecho extraños al bien hasta el punto de buscar distribuir el mal a su alrededor, no pueden ser reintegrados al bien sino por medio de la perpetración del mal. Hay que infligirles el mal hasta que se despierte en el fondo de sí mismos la voz perfectamente inocente que dice con sorpresa: “¿Por qué me hacen daño?” Esta parte inocente del alma del criminal, necesita recibir alimento y crecer hasta que pueda constituirse ella misma en tribunal en el interior del alma, para juzgar los crímenes pasados, para condenarlos, y seguidamente, con el socorro de la gracia, para perdonarlos. La operación del castigo entonces queda completa; el culpable queda reintegrado al bien, y debe ser pública y solemnemente reintegrado a la sociedad.

Simone Weil muere en estado de gracia en 1943 en Inglaterra, apenas tenía 34 años, el parte médico dice que murió de un paro cardíaco producto de una tuberculosis avanzada y de anorexia, se negaba a recibir el alimento que sabía, sus compatriotas en Francia tampoco tenían.
Murió virgen, durante toda su vida se conservó pura y de acuerdo a sus declaraciones, tuvo tres momentos de éxtasis religioso donde experimentó vivencias de total sumisión al amor de Dios.
Sus escritos sobre teología, derecho, estética y ética son considerados más y más relevantes a medida que se abren las investigaciones sobre su extensa obra.
“La Virgen Roja” como le decían algunos de sus contemporáneos con cierto desprecio, trataron de minimizar su importancia como pensadora original, su vida fue una sola aventura de comienzo a fin, durante los últimos meses de su vida se había postulado para ser entrenada como operadora de radio para ser lanzada a la clandestinidad en la Francia ocupada, y tenía loco al General De Gaulle con su idea de constituir un cuerpo especial de enfermeras para ir al frente, y en las trincheras, atender a los heridos durante las batallas, cosa que el General consideraba un suicidio.
Simone murió creyendo que toda persona humana es sagrada, que todos tenemos la capacidad de ponernos en contacto con Cristo redentor y experimentar la comunión con su amor infinito, creía que la fuerza y la violencia eran los enemigos a vencer, pues podían destruir la humanidad en el hombre, y convertirlo en otra cosa, mucho más vil y triste.
Creía que era su deber mantener viva la fe en el hombre, en los puentes que existían con lo sobrenatural, y que era primordial tratar de proteger esa vida espiritual tan frágil y al mismo tiempo tan preciada en un continuo acto de amor, de sacrificio, y de entrega al prójimo.   -   saulgodoy@gmail.com




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